Lula estaba recostada en el sillón, acurrucada en una manta, con la expresión alterada por el dolor. Las punzadas en su abdomen la hacían retorcerse, cada ola de dolor era peor que la anterior. Apretó los dientes y cerró los ojos, intentando distraerse, pero el malestar era demasiado intenso. Justo en ese momento, Brad entró en la casa y, al verla así, frunció el ceño, preocupado. —¿Qué te pasa? —preguntó, acercándose rápidamente. —Me llegó el periodo… —respondió Lula, con voz apagada, su rostro desfigurado por el dolor. Brad se agachó a su lado, tomando su mano con suavidad, y la miró con ternura. —Vamos, te llevaré a la cama —dijo, levantándola en brazos con cuidado, ignorando sus débiles protestas. Lula se dejó llevar, demasiado adolorida para discutir. Brad la llevó a su habitación y la recostó en la cama con delicadeza, acomodándola entre las sábanas. —Quédate aquí, no te muevas —le ordenó, acariciando su mejilla antes de salir de la habitación. Lula cerró los ojos, respirando pr