El portazo retumbó en el silencio de su casa. Norman soltó las llaves sobre la mesada de la cocina y se quedó quieto un segundo, respirando hondo, como si necesitara controlar algo que no terminaba de identificar. El aire fresco del living no alcanzaba a calmar el calor pegajoso que le recorría la espalda. Se quitó el reloj, lo dejó junto al celular, y comenzó a desabrocharse los botones de la camisa. Uno, dos… tres. Como si cada uno aliviara un poco la presión que se había ido acumulando desde el momento en que la vio. Ekaterina. Maldita sea, no podía quitársela de la cabeza. La imagen de su ombligo al descubierto. De su sonrisa que no era sonrisa. De ese tono suave con el que le había recordado que todavía tenía su tarjeta, como si fuera un juego, como si todo fuera parte de una tensión que ella controlaba mejor que él. Odiaba sentir que perdía el control, pero más aún cuando se tratara de ella. Cómo si no fuera él el que siempre había manejado los hilos, y sin embargo...No, ni siqu