"Del manual de Norman: Regla 1. No acostarse con vírgenes". La puerta de la oficina de Norman cedió con un leve clic. —¿Qué haces aquí? —preguntó él sin levantar la vista del monitor, pues de inmediato sintió su olor y tuvo una erección. Habían pasado un par de días desde aquel almuerzo familiar y no había podido sacarla de su cabeza. Ekaterina cerró con llave detrás de ella; el sonido fue claro, intencional. Dejó la tarjeta sobre el escritorio sin apuro. Vestía un vestido negro ceñido que se ajustaba a sus curvas como si hubiera sido diseñado para provocarlo. No llevaba abrigo. Nada más. Solo un par de tacones y su piel desnuda, su cabello rubio casi blanco largo y suelto hasta la cintura. —Vine a devolverte esto —dijo. Su voz era suave, casi un susurro. Norman levantó la mirada, y su gesto se endureció al verla. No por sorpresa, sino por algo más peligroso: por el deseo que llevaba semanas masticando en silencio. Se recostó en la silla, intentando imitar una calma que no sentía. —¿S