El murmullo de voces, el tintinear de cubiertos y el aroma de carne asada llenaban el jardín trasero de la casa de la familia de Steven. El almuerzo familiar se desarrollaba con la naturalidad de cualquier domingo soleado, aunque para Norman, esos últimos minutos se sentían como una eternidad disfrazada de rutina. Sentado al borde del círculo que formaban las sillas, fingía escuchar al padre de Steven y su ex jefe —que contaba por tercera vez cómo había logrado cerrar un trato jugoso esa semana—, pero su mirada se perdía de vez en cuando en el borde de la mesa, donde reposaba un vaso de vino que apenas había tocado. Finalmente se levantó yendo a agarrar algo dulce nuevamente, sin Olivia en las cercanías. Entonces, la sintió antes de verla. —¿Todo bien? —la voz de Ekaterina lo sacudió más que cualquier otra cosa ese día Ella se había inclinado hacia él, estirando los brazos con pereza como si simplemente se desperezara, dejando ver una franja de su piel, justo entre el final de su cami