POV Carlos
No había dormido. No de verdad.
Mi cuerpo había estado acostado, sí; la sábana fría sobre el pecho, el techo oscuro del departamento encima, Isabella respirando en alguna parte de la casa como una presencia que ocupaba espacio sin tocarme. Pero mi mente… mi mente seguía en otra parte. En el brillo insolente de un collar sobre la garganta de Elena. En la manera en que Matthías Falkner la miró como si el mundo entero se redujera a ella. En cómo se la llevó de mi fiesta de compromiso —de mi maldita fiesta— como si yo no existiera.
Y aun así, ahí estaba yo ahora, sentado con la espalda recta en mi oficina del museo, con un café que ya se había enfriado, fingiendo normalidad. Porque eso era lo que yo hacía.
Ser Carlos Albrecht era eso: cumplir, mantener el control, sostener la máscara aunque por dentro estuviera desmoronándome.
El despacho olía a madera pulida y papel antiguo. En la pared, un mapa enorme con rutas de expedición del proyecto Erebus; en el escritorio, carpetas ma