En la nueva clínica me siguieron atendiendo las heridas, aún tenía la boca muy hinchada y sentía dolor, él no se apartaba de mi lado, yo sabía que tenía mucho trabajo, aun así no me abandonaba.
Salió solo a buscar a los niños, los subió, al verlos mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Hermana —gritó Alan.
—Hermana-mamá —gritó Lucy brincando y dando vueltas, los dos se acercaron, pero no podía abrazarlos, el señor Romeo cargó a Lucy y la sentó al borde de la cama.
Con sus manitas me lanzó cientos de besos, Alan no saltaba mi mano, y Ximena también se quiso subir, así que su padre la puso del otro lado de la cama, acarició mi cabello.
Estaba feliz.
—Nos hemos portado bien —se apresuró a decir Lucy.
—Así me contaron —respondí.
—Ahora vivimos en la casa de tu trabajo y dormimos en camas grandotas, y todo es grandote.
Le sonreí, aunque me dolía hacerlo.
El señor Romeo solo nos observaba en silencio.
Ver a los niños me hizo bien, al cabo de un rato, Ana entró por ellos, se despidieron de mí con