Eliza
El día había amanecido soleado, por fin, después de varios en los que la lluvia no dio tregua.
Bastián tampoco.
A pesar de mis intentos por ignorar su presencia, era casi imposible. Estaba ahí todo el tiempo. Su presencia se había vuelto una constante, y ya no estaba segura de cuánto más iba a poder soportar todo esto.
Había intentado mantenerme a distancia, aunque él siempre encontraba la manera de estar ahí por la mañana y al final del día, acompañándome a casa. Los regalos y las flores se detuvieron, como le había pedido, pero sus palabras —esas malditas palabras, más letales que cualquier obsequio— seguían ahí, dando vueltas en mi cabeza.
Cinco meses.
Cinco meses de tortura.
No había noche en la que no me acostara pensando en él, y me sentía frustrada. Había venido hasta aquí para empezar de nuevo, para dejar atrás todo lo que él representaba... pero ya vemos lo jodido que puede ser el destino. Si tenía que ser honesta conmigo misma, lo amaba incluso más que antes.
Mi corazó