Capitulo 44

Debí suponer que cuando el señor Müller decía algo, lo cumplía.

Y así fue como comenzó a aparecer. Cada maldito día.

Lo veía ahí por la mañana, parado en la vereda como una estatua tallada en arrogancia y persistencia, con una taza de café en una mano y una bolsa de panecillos o alguna otra ofrenda en la otra. A veces simplemente me miraba. Otras, intentaba decir algo, pero yo pasaba de largo con la mandíbula apretada y los auriculares puestos, fingiendo que no lo veía.

También estaba ahí cuando salía del trabajo, como una sombra molesta de la que no podía escapar. Caminaba a mi lado sin decir palabra, adaptando su paso al mío, con una constancia que me crispaba los nervios. Me acompañaba hasta la puerta de mi edificio y se iba solo cuando yo desaparecía tras el portón. ¿Por qué no se rendía y volvía a su vida?

Lo odiaba por no respetar la distancia que yo necesitaba.

Lo odiaba por estar.

Pero más que nada… lo odiaba porque, en el fondo, una parte de mí ya no sabía si quería que se fu
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