Bastián
Los últimos días con Eliza habían sido un sueño. No era solo deseo: era necesidad. Una necesidad que me consumía como fuego lento. No podía dejar de buscarla, besarla, tocarla. Ya fuera en casa o en la oficina, ella se había convertido en mi adicción más dulce.
Me encontraba haciendo cosas que antes habría considerado impensables; dejar la oficina a mitad del día solo para llevarla al cine, cancelar reuniones por el simple y urgente deseo de tenerla en mi escritorio, como si el mundo pudiera esperar, pero mi cuerpo no.
Eliza estaba haciendo estragos en mí.
Era tanto lo que me hacía sentir, tanto lo que despertaba en mí, que ya había tomado una decisión: iba a pedirle que se quedara. Que dejáramos atrás las mentiras, los planes a medias, y solo nos entregáramos a este deseo y necesidad de estar juntos.
La quería conmigo, siempre.
Necesitaba su calor para dormir, su aroma dulce que me enloquecía, su risa incontrolable que llenaba los silencios de mi mente, su forma de hablar sin