ElizaMi mente no estaba donde tenía que estar. Me sentía rara, desconectada, con una lista kilométrica de tareas pendientes, pero ahí estaba; sentada en mi mesa, con los ojos desenfocados y la cabeza en las nubes.O más bien, en el señor Müller.No podía dejar de pensar en él. En su aroma, en su tacto, en su cuerpo junto al mío. En cómo se había sentido tenerlo así, tan cerca. El calor entre nosotros había sido abrasador. Y eso... solo había sido el principio.Sin temor a equivocarme, podía afirmar que me había dado el mejor sexo de toda mi vida.Toda. Mi. Vida.Nunca había tenido tantos orgasmos seguidos. Siempre había creído que eso de los orgasmos múltiples era un mito urbano, uno de esos cuentos entre amigas con mucho vino de por medio.Bueno, mito cancelado.Pero no fueron solo los orgasmos. Fue todo. La fiesta, la forma en que me sostenía al bailar, su mirada clavada en la mía, su habitación, las cosas que hizo... y las que le dejé hacerme. Sentí una conexión profunda, cruda, i
BastiánCon la cadera apoyada en la encimera, tomé un sorbo de whisky, el hielo tintineando suavemente contra el cristal. Desde donde estaba, no podía dejar de mirar a Eliza. Estaba acurrucada en el sofá, con un libro abierto sobre las rodillas y una copa de vino a punto de derramarse, sujeta con pereza entre sus dedos.Vestía una camiseta roja que dejaba un hombro al descubierto y unos shorts azul claro que enseñaban más pierna de la que cualquier hombre cuerdo podría soportar. Era un estallido de color en mi salón sobrio, como si la luz del sol se hubiera colado en medio de una tormenta.No solo iluminaba la habitación. También lo hacía con mi vida.Normalmente me habría servido el whisky y me habría ido directamente a mi despacho. No era de los que se quedaban en la cocina contemplando el panorama. Pero esa noche... no podía moverme. Mis ojos recorrían su piel y su cabello que caía salvajemente en ondas. Tenía una mezcla de deseo y desesperación.Y lo único en lo que podía pensar e
ElizaMe metí en la cama sin saber dónde demonios estaba Bastián. No había vuelto a la habitación y yo tampoco lo había buscado. Tal vez estaba en su despacho, tal vez se había largado de su casa, como si yo no existiera.Y ¿sabes qué? No importaba.No era su prometida, ni siquiera su novia. Él mismo se encargó de recordármelo, con esa frialdad suya que me sacaba de quicio y me rompía un poco por dentro cada vez que hablaba así.Pero joder… mentiría si dijera que no dolió. Porque sí, claro que había dolido.¿Y qué esperaba, en el fondo? ¿Qué solo porque me había invitado a esa maldita fiesta, porque me había provocado un orgasmo en ese ascensor y luego me había follado como si se le fuera la vida en ello, eso significaba que esto ya no era una farsa? ¿Que realmente había algo entre nosotros?Sí. Esa era la triste verdad, eso era exactamente lo que había empezado a pensar.Y me equivoqué. Como una idiota, me equivoqué en grande.Había intentado relajarme. El baño, el libro que no pude
ElizaTodavía seguía en las nubes, reviviendo mentalmente cada instante de esta última semana.Los padres de Bastián ya se habían marchado, y al parecer la fiesta de compromiso había quedado suspendida, al menos por el momento. Él no había querido contarme nada, pero yo lo intuía. Estaba casi segura de que había discutido con su padre la misma noche que llegó borracho.Esa noche en la que también nosotros peleamos.Lo cierto es que ahora, con la casa vacía y sin el peso de las apariencias, ya no había límites entre nosotros. Bastián se había vuelto insaciable. Apenas cruzábamos la puerta de su casa, me tomaba ahí mismo, sin importarle el lugar. El sofá, su despacho, la cocina, incluso la piscina… parecía que nunca tenía suficiente.Y yo… yo me sentía flotar entre algodones.Y ese era justamente el problema. Porque, en teoría, todo esto no era real, todo esto, nosotros, era parte de un elaborado plan suyo para recuperar a su ex prometida. ¿Y yo?Solo un medio para un fin.Sacudí la cab
ElizaMaldición.Lo supe desde el momento en que abrí los ojos esta mañana: hoy iba a ser un día horrible.Sentada en el asiento trasero de un taxi que olía a humedad y perfume barato, miré con exasperación al enorme todoterreno frente a nosotros. ¿Cuál era su maldito problema? Llevábamos atascados en la misma posición, en esta autopista, al menos los últimos diez minutos. Diez minutos de los que claramente, no disponía.Miré mi reloj y mascullé entre dientes.Estaba, sin duda, jodida.Al soltar un suspiro y girar la cabeza hacia la ventana, mis ojos se cruzaron con los del conductor en el auto de al lado. Un hombre de unos cuarenta años, con una sonrisa sucia y unos labios que formaban la palabra "guapa" mientras sus ojos me recorrían de arriba a abajo. Sentí un escalofrío de asco. ¿Por qué algunos hombres debían comportarse como cerdos? Como si ya no tuviera suficiente.Me hundí en el asiento del taxi y solté otro suspiro, dejándome envolver por la frustración. Toda esta debacle hab
ElizaEl señor Müller me había pedido que lo acompañara a la gala. A mí.En tres años trabajando para él, nunca había sucedido algo parecido. Bastián Müller, el hombre más frío, distante y calculador que había conocido, acababa de pedirme que lo acompañara a un evento de beneficencia. ¿Por qué? ¿Qué había pasado para que decidiera hacer semejante petición? Claro, como su asistente, mi trabajo era asistirlo en lo que necesitara, pero esto... esto no entraba en la descripción del puesto.El desconcierto inicial pronto fue reemplazado por una avalancha de emociones, incredulidad, nervios y, lo peor de todo, una mezcla de tortura y emoción que no quería analizar demasiado. Pasar una noche a su lado fuera de la oficina, donde ya tenía el don de hacerme la vida imposible, sonaba como un desafío titánico.Respiré hondo, intentando enfocar mi mente. Esto no era personal, me recordé. Era trabajo, puro y simple. Pero incluso en mi intento por mantener la profesionalidad, no podía ignorar el pro
BastiánCuando entré al gran salón, me detuve un instante en la entrada. El espacio era imponente, un derroche de lujo en cada detalle. Las lámparas de araña colgaban majestuosas del techo alto, bañando todo con una luz cálida que hacía brillar las joyas y las copas de cristal en las manos de los invitados. Las paredes estaban decoradas con molduras doradas, y el suelo de mármol reflejaba la opulencia de la sala. Hombres y mujeres conversaban en pequeños grupos, vestidos impecablemente con trajes y vestidos de gala que parecían sacados de un desfile de alta costura.Moví la mirada de un lado a otro, buscando sin demasiado entusiasmo a mi asistente. La ausencia de esa mujer solo confirmaba lo que ya sospechaba, seguramente estaba en alguna esquina del lugar, evitando hacer su trabajo y disfrutando de la velada más de lo que debería.Sin embargo, sacando el episodio de esta mañana que era el primero que había tenido en tres Años. Era raro que Eliza no estuviera puntual; porque nunca fal
ElizaDefinitivamente, me había vuelto loca. O tal vez esto era un mal sueño del que no podía despertar, porque no había manera de que la persona que más detestaba en este mundo estuviera frente a mí, pidiéndome que fingiera ser su novia.Su jodida novia.Lo miré fijamente, cruzándome de brazos, mientras mi cerebro intentaba asimilar lo que acababa de escuchar.―Perdón, pero creo que me acabo de volver loca y estoy empezando a alucinar― dije con una incredulidad calculada―. ¿Qué acaba de decir?La mandíbula de Bastián se tensó, igual que sus hombros. Esa era una de sus expresiones más características, una mezcla de autoridad inquebrantable y paciencia al borde del colapso. En cualquier otra circunstancia, esa mirada habría sido suficiente para hacerme retroceder. Él tenía esa habilidad de hacerte sentir como un niño regañado con tan solo un gesto.Pero no esta noche.No después de haberme sacado de mi casa, haberme hecho vestirme como si fuera una modelo de revista, y ahora soltarme s