Eliza
Todo se había arruinado por mi gran bocota. Si era honesta, no era mi intención meter la pata de esa forma, pero escuchar a Venus hablar del señor Müller como si fuera lo peor del mundo me enfureció. No tenía derecho a hablar de él así. En todo caso, yo misma no era cercana a ese hombre, pero sabía perfectamente que no era el tipo de persona que lastima a otros a propósito.
Y lo del compromiso... ¡madre mía! Eso fue una cagada monumental. Nunca estuvo en los planes. Había dicho lo primero que se me ocurrió para callar a esa víbora, y ahora, aquí estaba, con el estómago en un nudo, sintiéndome culpable.
Mi jefe estaba tan molesto que hasta parecía más distante que de costumbre. Por supuesto, no me sorprendería si ya me estuviera odiando. Aquella mentira que se me escapó de los labios había hecho que nuestra relación de conveniencia subiera un par de niveles: ahora, por mi culpa, estábamos “falsamente comprometidos”.
Lo peor de todo es que el señor Müller no había vuelto a casa ha