El abrazo se rompió con la violencia de un espejo estrellándose contra el suelo, no por un gesto de Kael, sino por la repulsión instintiva de Elara, quien sintió el tenue, casi imperceptible, rastro del perfume de lavanda en la solapa de su chaqueta, un olor que su hipercontrol sensorial amplificó hasta convertirlo en una bofetada helada, un eco persistente de la presencia de la señora Helena, confirmando que la mujer no se había ido, que su guardiana de secretos seguía cerca, que Kael, incluso en su momento de supuesta rendición y amor desesperado, le había mentido sobre la verdadera suerte de la única persona que conocía los orígenes de la "condición" y la verdad de su nueva herencia.
Elara se alejó de él, sus ojos brillando con una luz febril, una mezcla de dolor por la traición y la rabia hirviente que alimentaba su inestable Habilidad Despertada, mientras su mano temblaba ligeramente al tocar su vientre, la vulnerabilidad del embarazo chocando con la necesidad de sobrevivir, preg