Dos semana después.
Suelto un bostezo y estiro todo mi cuerpo antes de abrir los ojos. El sol entra a raudales por las ventanas y la brisa fresca eleva las cortinas para darme un vistazo del extraordinario paisaje del que puede disfrutarse desde lo alto de la torre.
Giro la cara y descubro que el otro lado de la cama está vacío. Extiendo mi brazo y palpo las sábanas con los dedos de mis manos, antes de tirar de una de las almohadas, estrecharla entre mis brazos y aspirar su aroma varonil impregnado en la tela.
Sonrío como una tonta enamorada. Cierro los ojos y recuerdo aquella mañana en la que recibí una de las sorpresas más maravillosas de mi vida.
―Despierta, cielo ―sonrío al sentir sus labios, movilizándose por toda mi cara y dejando besos por doquier―. Nos están esperando.
Abro un ojo y trato de enfocar la mirada en su cara.
―¿Quién nos espera?
Niega con la cabeza y sonríe de esa manera que envía un delicioso cosquilleo por todo mi cuerpo.
―Si te lo digo dejará de ser una