Nerea soltó una risa, pero se calló cuando el dolor punzante en lado izquierdo del abdomen volvió a aparecer para recordarle su herida. Recibir un disparo era una completa mierd@ y esperaba nunca más volver a experimentarlo. No podía reír, toser o, para el caso, moverse sin sentir ese maldito dolor.
Se dio cuenta que su madre se había quedado en silencio y que ahora ella, su padre y Piero la miraban preocupados.
—¿Estás bien? —preguntó Piero con el ceño fruncido.
Nerea le dio su mejor sonrisa antes de hablar.
—Sí, tranquilo. Solo un poco de dolor.
—Debería llamar a una enfermera para que te revise.
—No es necesario.
—¿Estás segura?
—Muy segura.
Su madre retomó su anécdota donde la había dejado y Nerea le dio una mirada de agradecimiento.
Piero apretó su mano y mantuvo sus ojos sobre ella durante algunos segundos más, luego regresó su atención a su madre que estaba contando una historia vergonzosa sobre Nerea y sus hermanas.
Había pasado casi tres días desde que la habían hospitali