Nerea salió de la habitación al escuchar los gritos de Piero. No recordaba si alguna vez lo había escuchado alzarle la voz a alguien, ni siquiera en los peores momentos. Algo realmente grave debía de haber sucedido para que él estuviera tan furioso.
—Márchate —ordenó Piero justo al mismo tiempo que ella llegaba a la sala. Él estaba señalando en dirección a la salida.
Vittoria no hizo ningún amago de moverse, tan solo se quedó de pie allí mirando a Piero con los ojos húmedos.
Nerea se acercó a Piero y se sujetó a su brazo mientras apoyaba la otra en su pecho. Él se relajó un poco al sentirla.
La madre de Alba posó sus ojos en ella e hizo una mueca de disgusto.
—¿Estás feliz? —preguntó la mujer con desdén—. Gracias a ti perderé a mi hija y cualquier posibilidad de darle una familia.
Unos días atrás Nerea se habría sentido culpable al escucharla, pero ahora solo sentía asco. Vittoria había abandonado a su hija —un ser incapaz de valerse por sí mismo— sin ninguna razón válida aparente com