Nerea había disfrutado pasar un tiempo a solas con Piero, pero un día lejos de Alba y se sentía lista para tenerla de regreso. Esa mañana se había despertado temprano por costumbre, lista para cambiarla y prepararle su fórmula. Pero la cuna vacía pronto le había recordado donde estaba su pequeña.
En cuanto llegaron a casa de sus padres, se dirigieron directo al interior. Encontró a sus padres en el jardín de atrás, sentados a la sombra de un árbol y se detuvo a observarlos.
Su padre tenía a Alba en brazos y, por la manera en la que la sujetaba, dudaba que algo pudiera sucederle a su pequeña. Era como si su padre estuviera en una misión, la de cuidar a toda costa a Alba de cualquier peligro.
El “click” de una cámara la sacó de sus pensamientos. Giró la cabeza y vio a Piero capturando el momento con la ayuda de su cámara.
—Nerea, Piero —saludó su madre casi saltando de su asiento y se acercó a saludarlos con un abrazo—. ¿Hace cuánto tiempo llegaron?
—Un poco más de un par de minutos —res