Una Semana Imposible

Dejé caer cuidadosamente el papel doblado sobre el escritorio negro y elegante de Lorenzo. Él no se inmutó, solo lo miró con esa expresión inescrutable, sus ojos afilados escaneando el pliegue como si pudiera morderlo.

Aclaré mi garganta, intentando mantener la voz firme.

“Mi carta,” dije, manteniéndome concisa. “Quiero pedir una semana de permiso.”

Lorenzo ni siquiera levantó la vista. Sus dedos seguían golpeando el teclado, fríos, precisos y molesta y rápidamente, como si estuviera escribiendo de antemano mi carta de despido.

“¿Para qué?” preguntó, con voz plana y cortante.

Como si acabara de pedir permiso para respirar oxígeno.

Vaya. Bien. Grosero.

Me saltó un tic en el ojo. ¿Ni siquiera se dará cuenta? ¿Ni un vistazo? Soy su secretaria, su esponja de sufrimiento personal, su pelota de estrés ambulante, al menos podría fingir ser humano.

Me presioné los labios, recordándome que estoy embarazada, estresada y severamente mal pagada por la actitud de este hombre.

“Para descansar,” dij
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