La Mañana Siguiente

Desperté con el olor a cigarrillos, perfume barato y un aire acondicionado que sonaba como si estuviera dando su último aliento.

Mis párpados pesaban, como si alguien los hubiera pegado, y cuando por fin logré abrirlos, lo primero que vi fue el techo agrietado de una habitación que no reconocía.

Me dolía la cabeza. Tenía la boca con el sabor de las malas decisiones y del tequila. Y entonces… oh, Dios. Me di cuenta de que estaba desnuda bajo unas sábanas ásperas de hotel.

Ningún cuerpo cálido a mi lado.

Ninguna nota.

Solo yo, mi dolor de cabeza palpitante y un montón de ropa en el suelo, como si me la hubieran arrancado con prisa.

Me incorporé lentamente, sujetando la manta contra mi pecho, mientras miraba mi reflejo en el espejo sucio al otro lado de la habitación.

La máscara de pestañas corrida como pintura de guerra. El lápiz labial solo en las comisuras de mis labios. El cabello... como si hubiera peleado con una licuadora.

"¿Qué demonios pasó anoche?" susurré para mí misma.

Gemí de dolor cuando un agudo dolor me atravesó la cabeza, mientras fragmentos de la noche anterior comenzaban a resurgir lentamente.

“Joder, estás empapada…”

“¿Te gusta? ¿Me corro dentro?”

“¿Cómo te llamas?”

“¡Joder, estás tan estrecha!”

“¿Qué? ¿Te duele? ¡Aun así quiero hacerlo!”

“Por favor, hagámoslo otra vez…”

¿¡Quién era ese?! ¿Así de zorra fui anoche?! ¡No... no... no! ¿¡Ni siquiera usamos condón!?

Pero mi cerebro se negó a darme respuestas. La noche era un borrón de luces de neón, bajos ensordecedores y tragos que no podía contar. Apenas recordaba mi propio nombre, mucho menos dónde había estado o con quién.

¡Maldita sea!

Los días siguientes pasaron entre la niebla, hasta la mañana en que mi estómago se volvió traidor.

Bastó una bocanada del arroz frito que venía de la cocina para que saliera corriendo al baño. Apenas alcancé el inodoro antes de empezar a vomitar como si mi alma intentara escapar.

La voz de mi madre llegó desde la cocina. “¿Qué te pasa?”

Gemí, escupiendo en la taza antes de jalar la cadena. “Huele a muerte, mamá…”

Arrastrándome hasta el lavabo, me eché agua en la cara y me miré al espejo. Cabello desordenado, labios pálidos, ojos entrecerrados con sospecha.

"Oh no..." susurré.

Mi mirada bajó hacia mi vientre plano. Me señalé a mí misma en el espejo. ¡Isla Mercado, eres la perra más asquerosa que haya existido!

Me di unas palmadas suaves en las mejillas, medio regañandome, medio intentando despertarme de aquel pensamiento.

El resto del día evité la comida de Mamá como si fuera veneno.

Dije que estaba “en una desintoxicación de jugos”.

Al anochecer, caminaba de un lado a otro en mi habitación con un cuaderno y un bolígrafo, contando con los dedos como si estuviera calculando la deuda nacional.

"Okay, la última vez fue... eh... ¿cuándo fue?" Garabateé fechas al azar, las taché y solté un gemido. "¡Mierda! ¡Ni siquiera sé qué día es hoy!"

Me dejé caer sobre la cama, mirando al techo. "No, esto es solo estrés. Estás bien, Isla. Totalmente bien. Las mujeres saltan ciclos todo el tiempo... ¿verdad? ¿Verdad?"

Mis ojos se movieron hacia mi bolso. Dentro, enterrada entre recibos y labiales, había una prueba de embarazo que había comprado “por si acaso”.

La miré con odio, como si fuera un enemigo.

Cinco minutos después, estaba en el baño, aún sosteniendo la caja. Solté un bufido. "Esto no es una prueba. Esto es... tarea de ciencias."

Cinco minutos después, el pequeño palito sobre el lavabo confirmó lo que mi instinto ya sabía. Dos líneas.

Dos. Estúpidas. Líneas. Rosas.

Me quedé helada, mirándolas como si de pronto pudieran cambiar de opinión.

"No. No. Esto está mal. Tal vez es un defecto de fábrica", susurré con la voz temblorosa.

Pero mis manos ya estaban temblando y la garganta se me cerraba. Para cuando me deslicé hasta el suelo del baño, el pecho me dolía de tanto contener el llanto.

Hundí el rostro entre mis rodillas.

"Esto es una locura. Ni siquiera puedo mantener con vida un cactus, y ahora voy a..." Mi voz se quebró. "¿Voy a ser la mamá de alguien?"

Las imágenes pasaron por mi mente. Mamá gritándome por dejar los platos en el fregadero, Raxy tomando mi ropa sin pedir permiso, y Rexy, que se creía la Beyoncé del vecindario pero ni siquiera podía mantener un trabajo estable.

Estábamos en la ruina. Todos nosotros.

Vivíamos en una casa alquilada con goteras en el techo y vecinos que cantan karaoke hasta el amanecer.

Sí, era una adulta. Técnicamente. Pero, ¿qué significaba eso realmente?

Una nueva oleada de lágrimas me invadió, más fuerte que antes.

Pensé en el bebé. Una cosa diminuta e indefensa que crecía dentro de mí. ¿Cómo podría darle la vida que merecía si yo apenas tenía una propia?

Mi reflejo en el espejo volvió a atraparme la mirada, con el rímel corriendo por mis mejillas.

"Felicidades, Isla," dije con la voz rota, llena de amargura. "¡Acabas de convertir toda tu vida en un maldito basurero!”

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