Intenté moverme, pero sentí un dolor agudo atravesar cada fibra de mi cuerpo. Me hallaba postrada en una cama, con una vía intravenosa insertada en mi brazo y una mascarilla de oxígeno que cubría mi boca y nariz. Intenté hablar, pero solo logré emitir un débil murmullo que se perdió en el silencio de la habitación. Sentía una sed terrible. Busqué con la mirada a alguien que me atendiera, pero mi mamá al verme despierta había salido disparada en busca de una enfermera, arrastrando consigo a mi hermano, quien había estado descansado a mi lado. Solo estábamos yo y el silencio.
De pronto, escuché unos pasos y una voz que me llamaba. Una enfermera que entró en la habitación. Se acercó a mí y me sonrió.
— Hola, señora Van Der Veer. Me alegro de que haya despertado. ¿Cómo se siente?
— ¿Qué... qué ha pasado? — balbuceé con dificultad.
— Ha sufrido un accidente muy grave. Ha estado en coma durante tres semanas. Pero no se preocupe, ha sido afortunada al sobrevivir.
— ¿Un accidente? — repetí, c