El agua tibia aún los envolvía, los cuerpos pegados en un encaje perfecto. El silencio solo era interrumpido por las respiraciones entrecortadas de ambos. El llanto de Collin había cesado, pero su mente seguía siendo un torbellino.
Liam apretaba su cintura, los dedos firmes sujetándola como si temiera que desapareciera. Suspiró contra su cuello, la respiración cálida recorriendo cada centímetro de su piel sensible.
Collin sintió un leve temblor recorrer su cuerpo cuando él inclinó el rostro e inhaló profundamente su aroma.
“Liam…” su voz salió débil, casi un susurro.
Él no respondió. En lugar de eso, su lengua cálida deslizó sobre la marca tenue que había dejado en su cuello antes. Collin se erizó de pies a cabeza, mordiendo su propio labio para contener un gemido.
Sin aviso, Liam sostuvo su mentón con firmeza y giró su rostro. Sus ojos eran intensos, oscuros, hambrientos.
Y entonces la besó.
No había delicadeza, no había duda. El beso era brusco, hambriento, una colisión de deseos re