La lluvia amenazaba con caer desde el amanecer, pero aún no lo había hecho. El olor a tierra húmeda flotaba en el aire, mezclado con el hierro de la sangre seca y el hollín de las casas quemadas.
Tras la llegada de los lupinos sobrevivientes, la aldea se hallaba sumida en una mezcla de alivio y duelo. Las hembras que reencontraron a sus compañeros corrieron a abrazarlos, las lágrimas y los sollozos mezclándose con palabras de gratitud. Pero algunas permanecieron quietas, los ojos recorriendo los rostros de los que regresaban… sin encontrar a quienes esperaban.
Liam observaba todo en silencio. Su rostro estaba endurecido, pero las venas marcadas en sus puños cerrados delataban la rabia y la culpa que lo consumían. Su mirada recorrió las casas destruidas, los cuerpos cubiertos con telas, y soltó un largo suspiro antes de alzar la voz.
"Todos, al templo."
Su orden resonó con fuerza y, aun sin más explicaciones, todos obedecieron.
El templo estaba repleto. El ambiente allí dentro era una