Astar*
La aldea dormía sumida en silencio, iluminada apenas por algunas llamas titilantes y por la niebla tenue que se arrastraba a ras del suelo. Pero dentro de Astar, el silencio era imposible. La mente palpitaba en desorden. Lejos de casa, de la seguridad del hogar, de los hermanos. Lejos incluso de sí mismo. Ya no conseguía sentir la presencia de su lupino interior. Era como si se lo hubieran arrancado. Sustituido por recuerdos demasiado violentos para soportar.
Agachó la cabeza, los ojos perdidos en el suelo de tierra apisonada, intentando, en vano, calmar el torbellino de angustia en su pecho.
"La vampira llama por ti."
Levantó el rostro despacio. El anciano curandero lo observaba, la piel pálida y estirada sobre huesos marcados, los ojos hundidos y severos.
"¿Qué?" murmuró.
"Ya oíste. Ven." Y se dio la vuelta, arrastrando los pies en dirección a la tienda.
Astar dudó. Por un momento demasiado largo. Pero terminó cediendo. Los pasos eran pesados, lentos, como si atravesara un pa