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El Alfa salió atropelladamente de la casa seguido por el Gamma. Los hijos de la princesa cargaron con el cadáver y se lo llevaron. Tea temblaba de pies a cabeza entre mis brazos, y yo con ella. En aquel silencio tenso, oí el burbujeo desde el caldero.

—El agua, Ronda —dije sin siquiera alzar la cabeza, apretada contra el hombro de Tea.

—Voy a precisar ayuda —terció la loba apresurándose hacia el hogar.

—Que te asista mi señora aquí, yo no soy sanadora de lobos.

—Hoy nos matan a las dos, muchacha —susurró Tea en mi oído.

—Bien, pues —repliqué en el mismo tono.

Aflojé mi abrazo sólo lo indispensable para conducirla hacia la puerta posterior.

Apenas salimos al callejón, todo pareció dar vueltas a mi alrededor. Apoyé una mano en la pared, cubriéndome los ojos y tratando de respirar hondo. El estómago se me contrajo como si un puño de hierro lo estuviera estrujando. Me doblé sobre mí misma con tanta brusquedad, que fue un milagro qu

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