— ¿Aún nada? — Isabella se acercó a su hijo, quien llegaba con una expresión de derrota.
— No… — Albert exhaló todo el aire de los pulmones abatido. — ¿Dónde está Megan?
— La dejé en tu habitación, ella… — Isabella suspiró. — Ella está muy mal…
— Soy un idiota… — Albert pasó la mano por el rostro.
— No digas eso, Albert… — Gimió Isabella con tristeza. — Ven, vamos, por qué no tomas un baño y me dejas curarte esos golpes… Tienes que descansar, no has dormido, ni comido nada, te ves terrible…
— Estoy bien, debo seguir con la búsqueda…
— Albert… — Murmuró Isabella, preocupada, viendo como su hijo se daba la media vuelta para marcharse nuevamente.
— Dime por lo menos que ese tal Rizzo quedó peor que tú. — La voz de Máximo, quien tomaba una copa desde un rincón de la habitación, detuvo a Albert.
— Eso no me consuela… — Gruñó Albert de espaldas. — Lo que quiero… Lo único que deseo ahora, es matarlo…
— Bien… — Máximo se levantó de su asiento. — No estamos aquí solo por visitarlos y