La reunión había concluido en un hotel de Veracruz, dejando a Joren con una mezcla de alivio por haber finalizado y una pesada sensación de la intrincada red familiar en la que estaba atrapado. Necesitaba aire, distancia, un respiro de la asfixiante vigilancia de su madre, Diana, y su padrastro, Ludwig. Inmediatamente, pidió un taxi desde el hotel, no hacia su casa, que se encontraba en otro estado, sino directamente al aeropuerto de Veracruz. Su intención no era tomar un vuelo en ese instante, sino ganar tiempo, crear una coartada, y lograr un momento de soledad para pensar.
Mientras el taxi avanzaba por las calles costeras de Veracruz, Joren sacó su celular. No era cualquier teléfono; era un celular de gama alta, comprado por él mismo, una adquisición que representaba un pequeño trofeo personal. No se lo habían regalado Diana ni Ludwig, quienes a menudo subestimaban sus logros y lo veían más como una extensión de sus propios intereses. Lo había adquirido con el dinero de su primer g