El viaje a CIRSA se sintió interminable para Yago, cada segundo que pasaba sumaba a su ya desbordante impaciencia. La incertidumbre sobre la "urgencia" y la identidad de la persona que había emitido esa orden tan inusual lo carcomía por dentro, alimentando su inquietud hasta un punto insoportable. Cuando la camioneta se frenó de golpe frente a la imponente torre de cristal y acero de CIRSA, su cuartel general, Yago no esperó a que Carlos, su siempre eficiente chofer, le abriera la puerta. Salió del vehículo como un proyectil, impulsado por una urgencia que no podía contener, su figura alta y tensa dirigiéndose directamente hacia los elevadores, cuyo destino final era su oficina en el exclusivo último piso. No había tiempo que perder, ni formalidades que observar.
Nant, viendo la urgencia frenética de Yago, bajó de la camioneta lo más rápido posible, con la atenta y discreta ayuda de Carlos, quien se apresuró a abrirle la puerta. El chofer la guio con su habitual gentileza mientras ell