El mesero, un hombre de rostro impasible pero ojos atentos, se mantenía erguido al lado de Eunice, su libreta de comanda impecablemente pulcra en una mano y una pluma lista en la otra. La tensión de la indecisión de Eunice era palpable para él, un eco del nerviosismo que a menudo percibía en comensales menos familiarizados con la alta cocina o los protocolos de un restaurante tan exclusivo. Eunice, con la carta en sus manos, sentía el peso del papel satinado, sus ojos escaneando las palabras en francés e italiano que se mezclaban con el español, cada término culinario desconocido agregando una capa de ansiedad a su ya abrumado estado. Las opciones parecían infinitas, una serie de decisiones complejas que sentía que no podía permitirse errar.
Joren, con la misma ternura que la había consolado momentos antes, percibió el bloqueo de Eunice. Sus músculos se relajaron ligeramente al ver la expresión de confusión en su rostro, y se inclinó hacia ella, su voz suave y tranquilizadora, un susu