El camino de regreso a casa fue una prueba para Alec. Sus manos aferraban el volante con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos, y la mandíbula le dolía de tanto apretarla. La furia por la propuesta indecente de su madre le quemaba la sangre, pero tuvo que obligarse a respirar hondo y tragar su rabia.
A su lado, en el asiento del copiloto, iba Edward.
No podía permitir que el niño notara la tormenta que se desataba en su interior.
—Papá... —murmuró el pequeño, frotándose los ojos con los puños cerrados—. Tengo mucho sueño.
Alec suavizó su expresión al instante, lanzándole una mirada rápida y tierna.
—Está bien, tranquilo, hijo mío. Ya casi llegamos a casa. Cierra los ojos.
El niño, confiando ciegamente en su padre, se acomodó en el asiento y se quedó tranquilo. El suave zumbido del motor y el movimiento del auto hicieron el resto. Para cuando Alec estacionó frente a la mansión, Edward ya había caído en un sueño profundo.
Alec apagó el motor y suspiró, dejando que el silencio d