Tres años he esperado para ser la Luna perfecta de mi manada y darle un heredero al Alfa. Tres años de mentiras, siendo la intrusa en el amor de otros. Tres años para sufrir la muerte de mi bebé y vengarme del hombre que desfiguró mi rostro y destrozó mi vientre. Morir capturada por mi propia manada o escapar y sobrevivir, eran mis dos caminos y tomé la decisión de esconderme y vivir. El Rey Lycan, Aldric Thorne, el más sanguinario y cruel que dirigía a los hombres lobos con mano de hierro, me convertí en su doncella personal, la posición más peligrosa, donde podía perder la cabeza en cualquier momento, en el mínimo desliz, pero nadie de mi pasado me buscaría aquí. “Siempre sumisa, no hables, no escuches, no veas nada, no molestes al Lycan o morirás” eran reglas simples a seguir y pensé estar haciéndolo bien, hasta que un día, el Rey me hizo una proposición que no pude rechazar. — ¿Quieres que salve a esas personas? Entonces entrégate a mí esta noche, sé mi mujer, te deseo y sé que sientes lo mismo, una vez, Valeria, solo una vez… Pero no fue solo una vez y la pasión se convirtió en amor. Ese hombre frío e indomable logró conquistar también mi corazón. Sin embargo, cuando el pasado viene a acosarme y la verdad de mi nacimiento se revela ante mí, debo volver a tomar una decisión, escapar del Rey Lycan o esperar por su misericordia. “Lo lamento, pero esta vez no perderé de nuevo a mis cachorros, ni siquiera por ti, Aldric” Mi nombre es Valeria Von Carstein y esta, es mi complicada historia de amor con el Rey Lycan.
Leer másELLIOTMis pasos impetuosos, amortiguados por la alfombra de la salita, avanzaron hasta la puerta de la alcoba.Era tanto mi cabreo que ni siquiera me paré a pensar en que estaba invadiendo su privacidad.Agarré el picaporte y entré de golpe.—Aaaww, Duque… ahhh —un gemido ronco resonó en la habitación.Me quedé congelado en la entrada, el olor intenso a deseo y lujuria de lavanda flotando en el aire, haciéndome estremecer.Mi respiración se aceleró ante lo que veía de frente.Rossella, sobre la cama, con las piernas completamente abiertas hacia mí, su rosado coño destilando jugos que rodaban por la raja de sus nalgas, empapando las sábanas.Dos dedos penetraban profundamente la pequeña abertura, que no podía dejar de mirar.Mi cuerpo calentándose como un volcán, mi polla endureciéndose ante esta provocadora visión.Se retorcía, con los pies de puntillas sobre el colchón, la espalda arqueada por el placer desbordante, sus ojos cerrados en deleite y el cabello castaño mojado, se abría c
KATHERINEEs una doncella que me avisa de nuevo sobre la cena.—Lleven la comida a mi habitación, hoy no cenaré en el comedor —" ni hoy ni nunca más".La veo retirarse con un asentimiento.—Nana… —Piénsalo bien, no hay apuro. No va a nacer un heredero en unas horas. Ve, ve y date un buen baño, relájate y medítalo con la almohada. Yo cuidaré a Lavinia. —Suspiro y me levanto, inclinándome hacia ella.Le doy un beso en su frente arrugada. Esta mujer ha sido la única madre que he conocido en mi vida.—Zalamera, tan pegajosa como cuando eras una cosita revoltosa. Vete a descansar, que te esperan duras peleas —me palmea las manos.Me voy hacia mi habitación. La verdad es que mi cabeza está que casi hecha humo de tantas preocupaciones. Nadie dijo que vivir la vida de otra sería cosa sencilla. Apenas cierro la puerta de mi habitación, unos golpes se escuchan en la madera a mi espalda.Abro y veo al mozo que atiende el comedor. —Disculpe, Duquesa, la cena ya está lista. —Pásela entonces
KATHERINEMi corazón latía deprisa con la adrenalina recorriendo mis venas. El Duque nos incluyó bajó su protección aunque fuese un acto fingido.Qué bien se sentía el poder de tomar decisiones, de no ser solo el títere de otro, una muñeca sin vida.El poder absoluto que representaba este hombre parado delante de mí… lo miré intensamente, reafirmando los objetivos en mi mente a pesar de las barreras.Ordenó que se llevaran a la nana y al tal Theodore, que obviamente estaba preparando el camino para abusar de la inocencia de mi hija y luego ascender de mozo a esposo de una noble.Esas ideas macabras no se le ocurrían a un joven de 14 años, eso era obra de su madre.El Duque al fin se giró y volvió a mirarme, solo unos instantes. Sus ojos azules fulguraban con hermosos destellos dorados, quizá por el reflejo del sol. Pasó a mi lado sin decir una palabra más.—Gracias, su Señoría —le susurré en voz baja sin esperar que me respondiera.Tomé un largo respiro, estirándome la falda. Hoy
ELLIOTLa nana de Lavinia iba gritando mientras era arrastrada por el cabello, sostenido en el puño inflexible de Rossella, hasta el rellano de la escalera.—¡Te vas a buscarle mujer a tu hijo en otra casa, desgraciada! —le gritó Rossella por encima de los alaridos de la Sra. Elena, quien se agarraba el cabello con expresión de dolor.De un momento a otro, en medio del forcejeo, los ojos en pánico de la mujer se cruzaron con los míos.—¡Su señoría, se lo suplico! ¡La Duquesa me está acusando injustamente! ¡Solo he cuidado a su pequeña como una madre! ¡Ella… AAAAHHHH!El grito estridente resonó cuando Rossella la lanzó sin compasión, empujándola escalera abajo, justo como hice yo el día de su llegada con el cadáver del contador.Ni siquiera me inmuté al ver el cuerpo rodar entre gemidos amortiguados, sus manos manoteando en el aire, intentando agarrarse de algo, hasta que cayó con un sonido sordo en el recibidor.Mi mirada no podía despegarse de la mujer fría e implacable que bajaba la
KATHERINE—Sí, su señoría —el mayordomo se retiró, cerrando la puerta.Al quedarme a solas con él, mi corazón, por algún motivo, comenzó a ponerse algo nervioso.Más aún cuando lo vi pararse y caminar cerca de la ventana, donde había unos licores sobre la mesita de bebidas.—¿Desea algo de tomar?—No, no, Duque. Vengo a hablarle de nuestra hija —fui enseguida al grano.—¿Nuestra hija? —se giró con el vaso en la mano, alzando una ceja con sarcasmo—. Aquí no hay nadie más, Rossella. No tienes que fingir.Apreté los puños, suspirando. Es cierto, él solo crio a una chiquilla impuesta a la fuerza.—Bien, mi hija —rectifiqué fríamente—, y precisamente como es solo mía, creo que puedo escoger quién la cuida y quién no. No me gusta su nana. La eché del castillo.—La Sra. Elena la ha estado cuidando desde bebé. Lavinia le tiene mucho cariño. No puedes despedir a una mujer honesta solo porque sí…—¿¡Honesta!? ¿Sabes lo que decía a la niña mientras la bañaba? —di un paso adelante, indignada, y c
KATHERINE—Duquesa, ¿deseaba algo? —el insufrible del mayordomo fue quien me abrió la puerta.—Deseo ver al Duque —le respondí, igual rayando en la mala educación, porque su tonito superior no me gustaba para nada.—Sabe que tiene que sacar cita para ver a su señoría, puedo darle una para la semana que viene…—Es de emergencia y necesito verlo, ahora —hice hincapié en el "ahora". Podría sentir los sonidos del Duque dentro de la habitación.No sé si lo hacía a propósito, pero se escuchaban las cosas moverse sobre el escritorio y él leyendo algún documento.—El Duque está ocupado con la sesión matutina, no puede ser hoy… ¡oiga, nmmm! —gimió de dolor cuando le hundí el tacón de los botines a fondo en su pie. Aprovechando su descuido, lo empujé y pasé adelante, a la oficina de ese prepotente.—Lo lamento, su señoría, por interrumpirlo, pero debo hablar un asunto urgente con usted —le dije, aguantando mi genio.“Soy Rossella, soy Rossella, ¡soy la maldit4 sumisa enamorada de mi hermana!”
KATHERINEMiré con incredulidad a esa mujer que había echado la noche anterior y que, sorprendentemente, estaba de vuelta saliendo del cuarto interior.—Te di una orden muy clara ayer. ¿Qué haces aquí? —le pregunté en voz baja, evitando hacer una escena delante de la niña.—El Duque fue quien me contrató, y hasta que él no me eche, no me voy a ninguna parte —me respondió con todo el descaro del mundo.La niña comenzó a decirme que dejara de acosar a su nana, que ella era buena, que me fuera de nuevo para el campo, pero no escuchaba nada. Solo veía a esa mujer con su mirada llena de seguridad y desprecio.—¿Le dijiste al Duque que te pedí marcharte, o le inventaste alguna mentira?—Le dije que la señora prescindió de mis servicios, y él me dijo que me quedara a cuidar a la niña…Ni siquiera esperé a que terminara. Salí como un vendaval del cuarto.Con su maldito castillo podía hacer lo que quisiera, como si no me dieran comida o me escupieran la cara sus sirvientes, pero en las cosas
KATHERINE—¡Auch! —me agarré la nariz al borde de las lágrimas de dolor y levanté la mirada para ver “la pared” con la que me había tropezado.Un hombre de más de 1.80, con músculos poderosos bajo la camisa blanca que llevaba algunos botones abiertos, dejando entrever unos sexis pectorales. La túnica negra con brocados plateados por encima lo hacía lucir imponente.Yo parecía una cosita con mis escasos 1.60, parada delante de él.Sus ojos azules me miraron fijamente, tan intensos que comencé a ponerme nerviosa, pensando que sospecharía. El aroma de su colonia, una mezcla masculina a base de bergamota, picaba en mi nariz, colándose dominante en mis pulmones.—¿Qué estás haciendo? —me preguntó con voz grave y fría, ese tono ronco y autoritario de fondo.Di un paso atrás; estábamos demasiado cerca. Debía ser precavida. Este hombre… este hombre me gritaba peligro por todos lados.—Esperando a su señoría para cenar —le dije secamente, dando media vuelta y regresando a mi puesto.La verd
KATHERINEYa era de noche. Estaba empapada de agua, sucia del polvo del camino y en extremo cansada, más mental que físicamente.Entré a una pequeña sala, con un juego de muebles suntuoso y una mesa para el servicio del té.La decoración era exquisita: cuadros y cortinas pesadas, muebles decorados de madera dura, incluso el techo estaba finamente trabajado.Todo muy hermoso, pero había detalles que se podían apreciar si mirabas bien: las telarañas medio ocultas en las esquinas, el polvo mal sacudido.Al abrir la habitación, el olor a guardado y humedad me asaltó la nariz, a pesar de que las sábanas estaban limpias.La persona que se encargó de la limpieza de este cuarto hizo de todo, menos limpiar bien.Al menos dejaron prendida la chimenea dentro de la fría habitación.Cuando abrí el enorme clóset de madera, casi pensé que saldrían murciélagos de una cueva.Eso no había tomado ni un soplo de aire en todo este tiempo.—Vaya Duquesa de pacotilla que eras, querida hermanita —murmuré sus