—Sí, señor Williams. Lo vimos con nuestros propios ojos —balbuceó uno de los guardias, con la sangre brotando de la esquina de sus labios—. Está aquí... y trajo al señor Peter.
Williams apretó su mandíbula con tanta fuerza, que se oyeron sus dientes rechinando.
Su rostro se distorcionó cuando cuestionó: —¿Está dentro de mi edificio?
—¡Oh, no...! —exclamó Cooper, con un frío sudor recorriendo por sus sienes —¿Y si... y si se cruzan con el rey de la guerra?
Aquel pensamiento les cayó como un balde de agua fría.
—Estaríamos acabados —murmuró Cooper —. Si eso sucede todos nosotros estaremos muertos.
Williams salió de su letargo, y de repente, se puso furioso. —¿Entonces qué estás esperando ahí parado? ¡Atrapa a ese bastardo! ¡No dejes que dé ni un paso más!
Cooper avanzó, acomodó su traje y luego levantó ambas manos haciendo un gesto para tranquilizarlo.
—Señor Williams, permítame —dijo con confianza —. Salga afuera y salude personalmente al rey de la guerra, dele una buena impresi