La respiración de Declan Raze se cortó mientras apretaba con fuerza las muletas; sus manos se veían pálidas sobre el acero.
—Parece... que la señorita Verrick todavía no cree en mi sinceridad —dijo con voz ronca, apenas logrando ocultar la tensión en su tono.
Selena no dijo nada. Tenía los brazos cruzados y una actitud que no revelaba nada: mirada indiferente, barbilla en alto y el cuerpo rígido. Vane estaba detrás de ella, con la mandíbula tensa, y Nora se aferraba al borde de la mesa del comedor como si necesitara sostenerse de algo.
Declan se rio.
—No la culpo. No después de la clase de hombre que he sido. Mi arrogancia... mi estupidez... eso echó a perder todo. Me cegó y provocó que usted dudara de lo que siento ahora.
Tomó aire entre dientes.
—Por favor. Se lo suplico... créame cuando le digo esto: en serio lo siento mucho.
Entonces, en un movimiento rápido que dejó a todos pasmados, Declan aventó las muletas a un lado. Estas golpearon el suelo con estruendo. El hombre, con la pie