Landon Krane se puso en cuclillas junto a su hijo, que no paraba de sorberse los mocos, y le revolvió el cabello grasoso con una sonrisa torcida.
—No te preocupes, hijo —dijo, con voz maliciosa—. Voy a ponerle una correa a esa mocosa y haré que se arrastre como un perro. Podrás escupirle si quieres.
El cerdito aplaudió con felicidad.
—¡Sí! ¡También quiero que ladre!
La señora Krane se derritió a su lado; su cuerpo inmenso se sacudía con cada jadeo de deleite.
—Mi hombre —ronroneó, batiendo las pestañas—. Siempre sabes cómo lidiar con la basura.
Un murmullo de asombro recorrió al grupo de maestros y padres que estaban al fondo, demasiado asustados para intervenir, demasiado horrorizados para apartar la mirada.
Ese era Landon Krane: el hombre al que nadie se atrevía a contradecir en Ironvale City. Una pesadilla viviente vestida con trajes de marca.
Los maestros estaban pálidos. Algunos incluso parecían a punto de dar un paso al frente… hasta que cruzaron miradas con Landon y retrocedier