Selena no luchó en sus brazos. Su cuerpo estaba flácido, vacío de toda voluntad. Solo sus ojos la traicionaban: inmensos, vidriosos, dejando escapar lágrimas silenciosas como si con ellas pudiera lavar los años de tormento que había soportado.
No estaba rota. No del todo. Pero la habían ido desmoronando, pieza por pieza, hasta que solo quedó el cascarón de la mujer que alguna vez fue.
Cinco años. Cinco años de caminar por la vida como una sombra. Viviendo como un fantasma en su propia piel. Cada insulto, cada susurro, cada mirada de desprecio de extraños; ella lo soportó todo. Y cada vez que la oscuridad le arañaba la garganta, rogándole que se rindiera, solo tenía que pensar en una cosa. O más bien, en una persona.
Su hija. La única luz en la noche interminable en la que había estado atrapada.
Selena apretó la mandíbula.
Y ahora, aquí estaba él. El hombre que lo había empezado todo. El hombre que había destrozado su vida con un acto imprudente e imperdonable. El demonio que se había m