El miedo recorrió la espalda de Selena como una descarga eléctrica en cuanto Declan Raze pronunció aquellas palabras repugnantes. Sintió una punzada y, por un instante, el aire se le atoró en la garganta.
Sin pensarlo, giró sobre sus talones y corrió hacia la puerta como un animal asustado.
Pero los dos guardaespaldas, enormes como gorilas, fueron más rápidos. Unas manos gruesas y ásperas se cerraron sobre sus muñecas delicadas como esposas de hierro, jalándola hacia atrás. Tropezó, con los tacones raspando el piso, mientras la sometían sin ningún esfuerzo.
—¡Suéltame! ¡Ayuda! ¡Que alguien me ayude! —gritó ella, con la desesperación quebrándole la voz.
Declan Raze rio con un sonido sibilante, mientras la papada le temblaba de diversión.
—Grita todo lo que quieras, preciosa —dijo, lamiéndose los labios resecos—. Escogí esta hora a propósito. Tu oficina está vacía. Tus empleados se fueron hace una hora. Este edificio está muerto... y tú eres la única alma aquí adentro.
Sus palabras cayer