Agatha retrocedió temblando hasta que su espalda chocó contra la pared del pasillo. Respiraba con dificultad, el pecho se le agitaba violentamente.
—¡No... no, maldito! ¡Aléjate de mí! —chilló con los ojos desorbitados por el pánico.
Jaden avanzó despacio, con esa calma aterradora que eriza la piel.
—Mataste a mi madre hace diez años.
Su voz resonó en el pasillo como una sentencia. Cortante. Mesurada. Sin piedad.
—Enviaste a tus hombres tras de mí y de mi hermanita. Éramos unos niños, Agatha. ¡Niños!
Ella negó, las lágrimas le corrían mezclándose con el rímel.
—No lo entiendes...
—Cállate.
La ira en su voz era absoluta. No gritaba. Era una furia quirúrgica.
—Masacraste a gente inocente. Enterraste a niños. Lo llamaste negocios. Lo llamaste poder.
Jaden caminó sobre el charco de sangre de los guardias caídos. Ni siquiera dudó al pisar.
—Eres perversa, Agatha. Y hoy... se te acabó el tiempo.
Agatha perdió el control. Su terror se volvió maníaco. Con un grito, metió la mano bajo su bata y