En la inmensa finca de los Blake...
Dentro del imponente despacho, Damian Blake, patriarca de la familia, caminaba de un lado a otro con inquietud; las venas le latían con fuerza en las sienes.
Su esposa, Vivienne Blake, una mujer elegante pero venenosa, permanecía sentada rígidamente junto a la ventana, clavando sus uñas cuidadas en el reposabrazos. Su mundo se había desmoronado.
Su único hijo, Andrew Blake, el orgullo del apellido, había quedado permanentemente discapacitado, humillado y con el futuro extinguido. Y lo que era peor, el legado de la familia estaba ahora en riesgo. Andrew ya no podría engendrar un heredero.
Vivienne tenía los ojos rojos por la furia mientras murmuraba entre dientes:
—Ese malnacido… Esa escoria se atrevió a tocar nuestra sangre… Arruinó a nuestro hijo… —Su voz se quebró, furia y dolor desgarrador.
Damian golpeó con la palma de la mano el escritorio; la madera crujió bajo su fuerza.
—¿Y la recompensa? —dijo hacia los guardias que estaban parados junto a