Agusto regresó a casa conduciendo, lleno de furia y arrepentimiento.
Al entrar, golpeó la puerta con fuerza, consumido por el dolor y la ira.
Inés aún estaba allí. Al oír el ruido, se acercó rápidamente:
—Agusto, ¡has vuelto! ¿Dónde está Celia? ¿No regresa contigo?
Preguntó fingiendo preocupación, pero con una sonrisa malévola escondida en su rostro.
Agusto la miró fríamente sin responder.
—Agusto, ¿qué pasa? ¿Acaso esa zorra se negó a volver? ¡Sabía que te abandonaría por pobre!
Al ver que Agusto la ignoraba, Inés comenzó a difamarme sin filtro.
Esperaba que Agusto, como antes, creyera sus mentiras.
Pero entonces, Agusto estalló de rabia. De un golpe brutal, la abatió contra el suelo.
—¡Cállate!— rugió entre dientes—¿Qué derecho tienes de hablar de Celia?
Inés, aturdida por el golpe, se tocó la mejilla hinchada con incredulidad.
—Agusto... ¿me golpeaste?
Agusto sacó su teléfono y reprodujo la grabación.
Los llantos y maldiciones de Inés resonaron en la habitación, exponie