Capítulo Setenta y Nueve. El precio de la Luna
El aire se volvió más espeso cuanto más se acercaban.
Los árboles crecían tan juntos que apenas dejaban pasar la luz. Entre las raíces retorcidas, la bruma danzaba como si tuviera voluntad propia, y el canto de los cuervos resonaba, lúgubre, entre las copas.
Rowan, en cabeza, mantenía la mirada fija. Sus pasos no vacilaban, aunque su pecho ardiera por el esfuerzo de mantener a raya el miedo ancestral que el bosque sembraba.
Kael, a su lado, respiraba hondo. Cada inhalación era un acto de desafío contra las voces que, aunque más débiles, seguían arañando su mente.
Lyra sostenía la mano de Liam con fuerza, el corazón latiéndole tan rápido que casi dolía. “Mientras respire, nada te tocará”, se repetía a sí misma.
Pronto, los árboles se abrieron, formando un claro.
En el centro, un círculo de piedra cubierto de musgo: la antesala del Santuario Lunar. Un antiguo lugar de paso, donde la Luna probaba a quienes pretendían entrar.
Morgana levantó