Capítulo veintiocho. Ojos que no duermen.
Kael apenas había cerrado los ojos. El calor del pequeño cuerpo de Liam, acurrucado contra su pecho, lo mantenía anclado a una calma que no sabía que necesitaba. A su lado, Lyra respiraba con lentitud, pero él sabía que no dormía. Sus cuerpos estaban cerca, pero no se tocaban. Había una distancia invisible hecha de recuerdos perdidos, de verdades que ninguno se atrevía a nombrar.
La herida de Liam había sido superficial, pero el miedo que sintieron… no. Kael lo sintió como si el niño fuera suyo. Y eso lo descolocaba. No por primera vez.
—¿Puedo preguntarte algo? —susurró Lyra, sin abrir los ojos.
—Claro.
—¿Por qué te fuiste anoche? Antes de que habláramos… en el balcón.
Kael no respondió de inmediato. Miró al niño dormido, notando cómo una de sus pequeñas manos descansaba sobre su brazo.
—Porque me estaba volviendo estúpido —dijo finalmente, en voz baja—. Y porque si me quedaba un minuto más contigo, no habría sabido cómo detenerme.
Lyra giró