Capítulo 3
A Thalassa le temblaban las manos mientras sus ojos recorrían una y otra vez las palabras en negritas: ACUERDO DE DIVORCIO. ¿Acuerdo? No recordaba haberse sentado a discutir nada parecido. Tenía que ser un error.

Miró al abogado, con pánico.

—¿Es una broma?

—Que yo sepa, no soy comediante, señorita Thompson.

Respondió el abogado, ofendido.

—¿Entonces qué es esto?

Exigió, con la voz más alta de lo que pretendía y cargada de frustración.

El abogado suspiró con fastidio mientras miraba a la gente que los observaba.

—Es exactamente lo que ve. Kris quiere el divorcio.

Thalassa se dio cuenta de que insistía en llamarla por su apellido de soltera, como si ella y Kris ya estuvieran divorciados. El abogado se acercó un paso.

—Mire, no complique las cosas. Tiene suerte de que esto solo termine en divorcio. Pudo haberse pasado varios años pudriéndose en la cárcel. Debería agradecerle a Kris que convenciera a su madre de retirar los cargos.

Thalassa sintió nacer una nueva esperanza. Kris había convencido a su madre de retirar los cargos. Eso solo podía significar que la amaba. Tenía que haber una explicación para todo esto.

El señor Sawyer sacó una pluma de su portafolio.

—Tenga, por favor, firme los papeles. No hay pensión alimenticia porque Kris dijo que puede quedarse con los millones que robó en sus cuentas en el extranjero. Solo tiene que firmar donde se indica, y él se encargará de que le envíen sus cosas a donde usted diga.

Antes de que el abogado terminara de hablar, Thalassa se dio la vuelta y salió a toda prisa de la estación de policía. Al llegar a la calle, le hizo la parada a un taxi que se acercaba. El auto se detuvo frente a ella y subió sin perder un segundo.

—A la mansión Miller.

Le indicó al conductor. Aún tenía los papeles del divorcio en la mano, y el pulso se le aceleró mientras los miraba.

No podía ser cierto. Tenía que ser otra de las artimañas de Linda Miller para separarla de Kris. No lo creería hasta que el propio Kris le dijera que quería el divorcio.

Cuando el conductor se detuvo frente a la mansión Miller, ella buscó en su bolso y sacó unos billetes. Sin importarle cuánto era, se los dio al conductor y se bajó. Estaba a punto de cruzar la reja cuando un guardia de seguridad corpulento se le plantó enfrente.

—No puede pasar.

Dijo con voz áspera.

Thalassa lo fulminó con la mirada.

—¿Cómo que no puedo pasar? ¡Esta es mi casa! ¡Soy la esposa de Kris!

—Lo sé. Pero tengo órdenes de la señora Miller de no dejarla entrar.

Claro, órdenes de Linda Miller. Thalassa se pasó los dedos por el cabello con brusquedad, sintiendo que iba a enloquecer. Pasó corriendo junto al guardia y se adentró en la propiedad.

—¡Le dije que no puede entrar!

Le gritó el tipo, corriendo tras ella, pero su velocidad no era rival para la desesperación de Thalassa, que siguió corriendo hasta que entró en la casa.

La familia Miller estaba reunida en la sala, pero no había ni rastro de Kris. Todos se giraron para mirarla con desprecio antes de abalanzarse hacia ella.

—¿Qué haces aquí, ladrona?

Exigió Cynthia, la tía de Kris.

—¡Qué descaro el de esta tipa!

Se burló Tyler, el hermano menor de Kris.

—¡La voy a sacar de los pelos!

Dijo Susan, la hermana menor de Kris, entre dientes.

—Señora, intenté detenerla, pero me pasó corriendo.

Dijo el guardia de seguridad mientras aparecía detrás de Thalassa, tomándola del brazo.

—Está bien. Suéltala.

Dijo Linda, deteniéndose frente a Thalassa. El resto de su familia también se detuvo detrás de ella, con miradas depredadoras, listos para hacerla pedazos.

—No tienes vergüenza de aparecerte aquí después de lo que le hiciste a mi hijo y a nuestra familia.

Dijo Linda con desprecio, su voz denotaba asco.

Thalassa se sintió furiosa y estalló.

—¡Yo no hice nada, y usted lo sabe! Usted fue quien me mandó a ver a ese sujeto. ¿Por qué hace esto? ¿Por qué miente?

Se le quebró la voz, lo que solo aumentó la satisfacción de su suegra.

—Mi hijo ya no quiere saber nada de ti, así que no tienes nada que hacer aquí. Lárgate.

—¡Usted es una víbora! ¡No me voy de aquí hasta hablar con Kris!

Declaró Thalassa con firmeza, devolviéndole la mirada desafiante.

—No le hables así a mi madre.

Se escuchó la voz amenazante de Kris mientras se acercaba. Thalassa corrió hacia él, mostrándole los papeles del divorcio.

—Tu abogado… vino a buscarme y me dio estos papeles. Dijo que querías el divorcio, pero sé que tiene que ser un error. Todo es un error, ¿verdad?

Kris la miró con una indiferencia total mientras respondía:

—No hay ningún error.

Thalassa retrocedió un paso, negó, incrédula.

—Kris… por favor, no puedes… Salvemos nuestro matrimonio. Todo esto es un malentendido. Yo no hice nada. Por favor, tienes que creerme.

—¿De verdad crees que quiero seguir con una mujer como tú? Ni siquiera tienes la decencia de admitir lo que hiciste.

Suspiró Kris con desprecio, y su mirada dura se clavó en ella.

—¡Pero no hice nada!

Declaró Thalassa desesperada, agarrándolo del brazo.

—Kris, por favor…

—¡Suéltame!

Siseó él, zafándose bruscamente.

—¿Por qué está la puerta abierta?

Se escuchó una voz detrás de Thalassa. Era la voz de Karen Blade, su mejor amiga. Tuvo un poco de esperanza.

—Thalassa…

Dijo Karen, boquiabierta al verla.

—¿Ya saliste de la cárcel?

Thalassa se movió hacia ella y la tomó de la mano, llevándola hasta donde estaba Kris.

—Por favor, dile a Kris. Dile que te llamé después de que su madre me mandó a entregarle los documentos a ese tipo. Dile que dudé porque algo no me parecía bien. Dile que soy inocente.

Thalassa esperó. Esperó a que Karen le dijera a Kris exactamente eso, pero las siguientes palabras de su mejor amiga hicieron que todo su mundo se derrumbara.

—Lo siento, pero ya me cansé de cubrir tus mentiras. Nunca me llamaste.

La negativa de Karen fue como una cachetada que hizo que Thalassa retrocediera, con la boca abierta por la sorpresa.

—Pero… pero, Karen… ¿qué dices? ¿Qué mentiras? Te llamé para contarte. Incluso me llamaste después para preguntarme si ya iba a hacer lo que me pidió mi suegra.

Los ojos de Karen, que normalmente brillaban con afecto, ahora ardían con malicia.

—¡Ya basta! ¿No te cansas de mentir? Estoy harta de tener que mentir por ti, pero ya no puedo más. Kris es un buen tipo y no se merece tus engaños.

A Thalassa le daba vueltas la cabeza mientras intentaba procesarlo todo. ¿Estaba soñando? Tenía que ser un sueño. Si no, ¿por qué su mejor amiga, la persona en la que más confiaba, la traicionaría de esa manera?

Sintiendo que el corazón se le salía del pecho, se volvió hacia Kris, mirándolo suplicante.

—Mi amor, por favor, yo… no sé por qué Karen miente, pero créeme, por favor. No he hecho nada. Nunca te he mentido.

—¡Ladrona miserable! ¿Así que todos mienten menos tú?

Suspiró Susan, la hermana de Kris, cruzándose de brazos.

Thalassa no le hizo caso; sus palabras no importaban. La única opinión que le importaba en ese momento era la de Kris.

—¿Por qué no dices nada? Por favor, dime que me crees.

—No tengo nada que decirte, salvo que firmes los papeles del divorcio y desaparezcas de mi vida. No quiero volver a saber de ti.

—¡No!

Gritó Thalassa, arrojando los papeles del divorcio al suelo.

—Me niego a firmarlos. Kris, no puedes creer que yo sea capaz de mentirte y robarte de esta manera.

Le agarró la mano, clavando su mirada suplicante en la dureza de la de él.

—Me prometiste que nada se interpondría entre nosotros. ¿Qué pasó con esa promesa?

—Porque no sabía que me estaba casando con una mentirosa, una ladrona y una cualquiera.

Siseó él, apartando la mano bruscamente.

—Está bien. Ya fue suficiente de esta mujer.

Dijo Linda.

—Si se niega a firmar, lo conseguiremos de otra forma. Llévensela.

El guardia de seguridad agarró a Thalassa del brazo, pero cuando iba a sacarla a la fuerza, ella gritó:

—¡Estoy embarazada!
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