Capítulo 2
Las lágrimas le corrían por la cara mientras uno de los oficiales se ponía detrás de ella y le ponía las esposas.

Miró a Kris con desesperación, esperando que se diera cuenta de su error y la salvara de esa humillación, pero él se limitó a observarla con indiferencia mientras se la llevaban de la habitación.

Por si esa humillación no fuera suficiente, al salir, varios reporteros se abalanzaron sobre ella, disparando los flashes de sus cámaras.

—¿En serio te casaste con Kris Miller solo por su dinero?

—¿Qué se siente que te hayan descubierto robando?

Thalassa nunca se había sentido tan humillada en su vida; la gente la miraba fijamente y los reporteros le lanzaban preguntas sin parar mientras la metían a la patrulla. Se lo suplicó al policía que la conducía a la celda de detención.

El oficial se rio mientras cerraba la reja de la celda.

—Eso dicen todas. Hubieras pensado dos veces antes de meterte con alguien como Linda Miller.

Se alejó, todavía riendo. A Thalassa se le llenó la cara de lágrimas otra vez. Sabía que nunca le había caído bien a su suegra, ¿pero odiarla tanto como para planear algo así en su contra?

Recorrió la celda con la mirada, sus muros grises y desnudos, y se detuvo en la cama, que se veía en pésimas condiciones. Ahí estaba, en un lugar para criminales. Sintió el corazón hecho pedazos mientras se dejaba caer en la cama. ¿Cómo pudo Kris hacerle esto?

No iba a engañarse pensando que su matrimonio había sido perfecto hasta ese momento. Nada más lejos de la realidad.

Cuando eran novios, Kris había sido todo un caballero, siempre la ponía a ella primero. Se había enfrentado a su propia madre y a su familia cuando desaprobaron su relación porque Thalassa venía de una familia humilde. Incluso le había puesto un alto a los reporteros que insinuaban que era una interesada. Había sido el hombre perfecto.

Pero todo cambió en cuanto se casaron. Kris se convirtió en una persona totalmente diferente. El que la trataba como a una reina se transformó en alguien que la hacía llorar casi todas las noches con su indiferencia.

Lo que más la atormentaba era no poder entender qué lo había hecho cambiar tanto. Y para colmo, tenía que soportar las humillaciones de su familia política; la trataban como a una sirvienta en su propia casa. Así había sido su vida durante el último año.

Aun así, jamás habría esperado que Kris permitiera que la arrestaran y humillaran como a una delincuente cualquiera. Le dolía todavía más porque estaba esperando un hijo suyo.

Thalassa sorbió por la nariz y se llevó una mano al vientre. Estaba embarazada, pero Kris no lo sabía. Se había enterado el día anterior y había querido decírselo, pero él no había vuelto a casa en los últimos dos días y ni siquiera se había molestado en contestar sus llamadas.

La única persona a la que se lo había contado era Karen, su mejor amiga. Fuera de ella, nadie más lo sabía.

—No te preocupes, mi amor. Todo va a estar bien, te lo prometo.

Le dijo a su vientre, aunque sabía que a los dos meses de embarazo probablemente no era más que un pequeño coágulo de sangre.

—Tu papá se va a dar cuenta de su error en cualquier momento, va a pedir perdón y todo se va a arreglar. Ya verás.

Los siguientes tres días en esa celda fueron los más angustiantes de la vida de Thalassa. Kris nunca fue a sacarla ni a disculparse. De hecho, nadie fue a visitarla.

Exigió varias veces la llamada a la que sabía que tenía derecho, pero siempre se la negaron. Ni siquiera le dieron la oportunidad de llamar a un abogado.

Thalassa no tenía duda de que todo era obra de Linda Miller y sus influencias. ¿Esa mujer pretendía que la encarcelaran por algo que no hizo?

En la tarde del tercer día, Thalassa estaba acostada en el catre, llorando en silencio, cuando de pronto escuchó que abrían la reja de su celda. Se incorporó, con los ojos llenos de esperanza al ver al señor Sawyer, el abogado de la familia de Kris.

—Tiene suerte de que la familia Miller decidió retirar los cargos. Queda en libertad —dijo el oficial.

El corazón de Thalassa dio un brinco de alegría. Por fin, Kris se había dado cuenta de su error. Seguro iba a disculparse por no haber confiado en ella. Todo iba a estar bien.

—Muchísimas gracias.

Le dijo al abogado mientras se secaba las lágrimas.

—¿Dónde... dónde está Kris?

Salió de la celda y miró por el pasillo, buscando a Kris, pero no lo vio por ninguna parte.

—Kris no vino conmigo —aclaró el abogado—. Solo me mandó a retirar los cargos y a que la dejaran salir.

A Thalassa se le detuvo el corazón, pero forzó una sonrisa. Seguramente Kris estaba demasiado ocupado, por eso no había podido venir, pero era obvio que la esperaba en casa. Todo iba a estar bien, se repitió a sí misma.

El abogado empezó a caminar hacia la recepción de la comisaría y Thalassa lo siguió. Los policías se habían quedado con su bolso y su teléfono, así que tuvo que firmar unos papeles para que se los devolvieran. Cuando terminó, se dirigió al abogado.

—¿Kris no mandó un chofer? ¿O usted me va a llevar a casa?

El abogado la miró.

—De eso quería hablar con usted.

Thalassa sintió angustia.

—¿De qué?

Sin responder, el abogado sacó unos papeles de su portafolio y se los entregó. El corazón de Thalassa se hundió mientras leía las palabras escritas en mayúsculas en la primera página.

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