Karen intentó disimular con una risita nerviosa el corazón que le latía acelerado.
—¿Qué estás diciendo? Seguro escuchaste mal. Yo no dije eso. Dije: “ahora que Thalassa ya no está en medio…”
—¡Pues es casi lo mismo! —la interrumpió su madre con dureza—. ¿Por qué dirías algo así? Y no intentes verme la cara de tonta, porque sé perfecto lo que escuché. Dijiste: “ahora que logramos quitar a Thalassa del camino”. ¿Quiénes fueron? ¿Con quién hablabas?
—Hablaba con una amiga, nada más.
Dijo Karen, aferrada a su celular como si temiera que su madre se lo fuera a arrebatar.
—Siempre me pareció rarísimo de lo que acusaban a Thalassa. En todos los años que vino a la casa, nunca se llevó ni un alfiler. Todavía me cuesta mucho creer que fuera capaz de hacer lo que dicen.
Hizo una pausa y entrecerró los ojos para mirar a su hija.
—Fuiste tú, ¿verdad? ¿Tuviste algo que ver en cómo le destrozaron la vida a Thalassa?
—¡Mamá! —exclamó Karen, horrorizada—. ¡Soy tu hija! ¿Cómo se te ocurre pensar algo a