Thalassa se quedó confundida, mirando a Zeke sin poder creerlo.
—¿A qué te refieres con eso? ¿Que me vaya con ustedes a Monterrey?
A Zeke le dolió ver la incredulidad en su mirada mientras le explicaba.
—Escúchame, por favor. Veo lo mal que te tratan aquí. Te has ganado mucho odio en esta ciudad y te va a costar mucho seguir adelante aquí.
—Tú mismo lo dijiste. Va a ser difícil, no imposible. Me destruyeron, pero no me voy a quedar en el suelo para siempre. No voy a dejar que se salgan con la suya —dijo entre dientes, y la furia en su mirada era tal, que a Zeke le dio miedo por un momento.
En verdad esperaba que no estuviera pensando en tomar el camino que él se imaginaba. Volvió a intentarlo.
—También está mi abuela. Te va a necesitar.
Thalassa suspiró; sabía que volvería a sacar el tema. Debió haber sabido que una vez que aceptara ayudar con la Abuela, sería difícil alejarse sin lastimar a la anciana.
Pero no podía seguir viviendo su vida según los deseos de los demás.
Toda su vida h