Ivanna Taylor
Milo mira a Shane con curiosidad. Yo no digo nada. No me importa lo que pueda pensar él ahora. Hace mucho que eso dejó de interesarme. —Entiendo —murmura, sin quitar sus ojos de mí—. Respeto que sea su empleada, señor Prince, pero la señorita… Se queda callado, queriendo saber cómo me presento. Estrecho los ojos en su dirección. —Taylor… —aclaro, manteniéndole la mirada—, Ivanna Taylor. Shane hace una mueca. No me queda claro el motivo. Es mi apellido, con el que me conoció, y el que una vez cambié por él. ¿Qué esperaba? —La señorita Taylor atentó contra… contra mi prometida —continúa el muy idiota, con ese tono arrogante y perdona vidas que tan bien le sale hacer—. Y eso no puede quedarse así. Me abstengo de reírme, de soltar una carcajada. Pero la comisura de mi boca se levanta sin que pueda evitarlo. —Por supuesto que va a quedarse así… —determino, con impertinencia—, no conviene a su prometida que llame a la policía, señor… Hago lo mismo que él. Finjo que no sé su nombre. Que no sé quién es. Que no fue el amor de mi vida y el hombre con quien esperaba vivir mis mejores años. —Robinson —instruye—, Shane Robinson. Le dedico un asentimiento. Uno burlón. —Señor Robinson —termino mi frase, solo porque quiero que sepa que no me intimida. Que a este juego podemos jugar los dos. —¿Puedo tener un momento a solas con su empleada, señor Prince? —insiste, llevando esto más lejos—. No sé bajo qué condición está aquí, pero en esta ciudad hay reglas que deben cumplirse y me gustaría, para no tener que recurrir a otras maneras, dejarlas claras. Milo mira de Shane a mí. No lo veo directamente, pero siento su mirada yendo de uno a otro. Aprieto los dientes y me niego rotundamente. —No tengo nada que escuchar de usted… —replico, con impaciencia. —Difiero —me contradice. —Ese no es mi problema. —Me encojo de hombros, molestándome demasiado en este punto. —Ivanna… —la voz de Milo se escucha como una advertencia. «Él también puede irse a la mierda». —Puede prestarme una habitación privada si no es problema, señor Prince —sigue insistiendo Shane, sin dejar de mirarme. «Sobre mi cadáver, imbécil». —¿No es suficiente con que llame a la policía? —exclama Marissa, ajena al motivo real detrás de mi discusión con Shane y queriendo participar de algo que no le incumbe. De reojo veo que Abigail le toca el codo y le pide que se calle. Es evidente que no le conviene llamar a la policía. Hay montón de testigos en esta cocina. —Esa decisión la tomaré cuando hable con la señorita en privado —declara el maldito Robinson y yo me indigno mucho más. «¿Pero qué se ha creído este?». —No voy a… —comienzo a decir, pretendiendo dar un paso en su dirección, cuando una mano me detiene. Milo es quien se interpone entre Shane y yo. —Ivanna. Irás con el señor Robinson. Ya suficiente drama se hizo y tengo invitados que atender —exclama Milo con impaciencia—. Puedes llevarlo a la zona de invitados. Resuelve este problema y que no escale más. —No tengo que… —Sí, tienes —me interrumpe, antes de que pueda decirle que se meta su orden por donde pretende salirle—. Eres mi empleada y esto te puede costar mucho. ¿Estás dispuesta a perder el extra? Levanta esa molesta ceja que no soporto y me muerdo el interior de la mejilla para no gritarle que se vaya a la m****a. No puedo perder el trabajo. Aston me ayudó una vez, porque no encontraba más que hacer, no puedo quedar mal con él. Por eso, me trago mi rabia y bajo la cabeza. A Milo le gusta que le laman los zapatos. No llegaré tan lejos, pero al menos voy a respetar su decisión. Le da un asentimiento a Shane y se lleva a Marissa, a pesar de la reticencia de esta. La cocina retoma su ritmo y agradezco que el ruido de platos, copas y bandejas vuelva a escucharse. —Shane, no irás con… —comienza a decir Abigail cuando nos quedamos solos los tres. —Espérame en el auto, Abigail. Cuando termine con esto nos iremos a casa. «Casa. Casa». ¿Por qué m****a esa palabra me hace sentir tan invisible, tan insignificante? Abigail me mira con odio. —Sabes lo que ella me hizo, Shane —murmura, con la voz rota—. Y también sabes que no estoy hablando de lo que acaba de pasar. La rabia hace hervir mi sangre. ¿Cómo se atreve ella a hacerse la víctima? Voy a replicar, defenderme, pero en el último segundo me callo. Abigail, en medio de su teatro, deshace la distancia entre ella y Shane, toma su barbilla y gira su rostro hasta que sus labios quedan a la misma altura. Él no retrocede. Deja que el labial rojo de ella marque su boca, y lo hace sin dejar de mirarme. ¿Por qué siento que eso me rompe lo poco que queda de mi corazón palpitante? ¿Por qué verlo ante mí, con mi hermanastra del brazo y besándola, me sigue pareciendo la peor de las torturas? Él no debería tener ese poder sobre mí. No significa nada. Paso por el lado de ambos cuando encuentro las fuerzas para moverme. —Cuando termine, señor Robinson, lo estaré esperando en el piso superior. Tome el ascensor y luego la primera puerta a la izquierda. No miro atrás, solo me quito el delantal que llevo puesto para no ensuciar mi ropa y salgo de la cocina con paso rápido. Rezo para llegar al ascensor antes que él. No quiero estar con Shane en ningún espacio reducido y mucho menos, privado. Afuera, cruzo mirada con Milo. Y maldigo por dentro por tener que respetar su orden. Él no está contento, se le nota en la cara. Sin que me diga nada, sé que, a pesar de cumplir con su mandato, me quitará el bono que me trajo aquí en primer lugar. Me alejo de los invitados y de toda la zona común, llego ante el ascensor y las puertas se abren al instante. Me meto dentro sin dudar y presiono el piso superior para poder perderme antes que aparezca Shane una vez más. Casi suspiro cuando las puertas están por cerrarse, pero no tengo tanta suerte. La mano grande del hombre que una vez lo fue todo para mí, aparece y las detiene. —Con su permiso, señorita Taylor. Aprieto los dientes al escucharlo y retrocedo lo más que puedo cuando su cuerpo ocupa más espacio del que debería. Tenerlo cerca se siente como mi peor pesadilla. Las puertas se cierran y todo él me envuelve. Su olor, que sigue siendo el mismo de siempre. Una mezcla amaderada con cítricos. Su espalda ancha es todo lo que veo. Su nuca solo rapada en la parte más alta del cuello, dejando ese cabello negro perfectamente recortado en capas casi inexistentes. Su traje es negro, completamente. Y sus manos van a los bolsillos de su pantalón, como solía hacer cuando quería mostrarse relajado. «Él lo está. ¿Qué m****a haces tú temblando, Ivanna?». Desvío la mirada y suspiro cuando el ascensor sube el único piso que antes marqué. Las puertas vuelven a abrirse. Él sale primero, sin mirar hacia atrás, sin mostrar algo de empatía. Solo pasos largos que lo alejan de mí. Sigue las indicaciones que antes le di sin verificar que lo sigo. Es obvio que debo hacerlo. Para mi estrés y para su satisfacción. —Aquí está bien, Shane. Podemos dejarnos de formalidades ridículas, ¿Qué quieres hablar conmigo? Se detiene de forma abrupta y se gira lentamente al escucharme. Sus ojos azules me reparan de pies a cabeza y un ceño inesperado se forma entre sus cejas, pero dura solo un segundo. Su cara apática aparece casi con la misma rapidez. Vuelve a asumir esa postura que denota calma y levanta la barbilla, mirándome con su actitud sobrada y superior. —¿Qué haces aquí? Lo miro como si le hubieran salido dos cabezas. Qué clase de pregunta es esa. —No es de tu incumbencia. Tampoco me pagan para darte respuestas. Ve al grano. Me analiza, lo hace con tranquilidad, intentando aplicar en mí esas habilidades que usa cuando está por cerrar un trato millonario con algún cliente. —¿Sigues en contacto con Myers? Ruedo los ojos. Esto es lo último. —Tu prometida, que sigue siendo un grano en el culo, es el tema por el que estamos aquí —le recuerdo—. Dime qué quieres o me voy. Da un paso adelante, reaccionando a mi respuesta. No le gustan mis palabras, pero bien que puede ir a mecerse en los brazos de su madre para que lo arrulle, si quiere. No me interesa.