Ivanna Taylor
—No intentes jugar, Ivanna. No estoy de humor. Bien que podría llamar a la policía y denunciarte por agresión. Me cruzo de brazos. Y suelto una risa amarga. Una que lo hace mirar mi boca. «La suya sigue llevando un rastro rojizo que me enferma». —Y me iría muy campante, porque no tengo nada que temer. ¿Podemos llegar ya a la parte donde me dices algo que me interesa? Shane está a tres pasos de mí, pero su presencia me absorbe. Tengo que mirarlo con una ligera inclinación de mi cabeza, porque es más alto que yo. Mucho más. Mis orgullosos ciento sesenta y cinco centímetros nunca fueron competencia con su metro noventa de altura. —Respóndeme lo que te pregunté —gruñe, insistiendo con algo que sigo sin entender. Frunzo el ceño. —No tengo que resolverte dudas que nada aportan. —Estás con él —rezonga, sin venir a cuento. —No sé de qué hablas. Ahora es su turno de reír. Esa risa mordaz que hace que todo mi cuerpo se erice en consecuencia. —Vamos, Ivanna. No finjas ahora que no sabes de qué hablo. ¿O también perdiste la memoria? Siempre pegada a él. Siempre tan cómoda con su compañía. Tan dispuesta a correr detrás de lo que él necesitara. Si alguien que conoce nuestra historia, lo escuchara, pensaría que saca viejos traumas por celos. Pero él no siente celos, es una posesividad tóxica que no le voy a permitir. Perdió derechos hace cuatro años, cuando me sacó de su vida con nada más que el anillo que tanto me costó regalarle. —He estado más cómoda en otros lugares y me fui también, Shane —lo reto, él tiene que saber que hablo de él, de todo lo que me quitó y que nunca reclamé, por más que pude hacerlo—. Sigo sin entender tu punto. Otra risa, ahora menos fácil, más fingida. —Eres tan predecible —declara, con insolencia—. Claro que volverías justo donde él te mantiene cerca. Como un perro bien entrenado. Mis puños se crispan. Tengo que contener el impulso de golpearlo. No estoy dispuesta a darle ningún poder sobre mí. Ni siquiera el de sacarme de mis casillas. —Te estás pasando —protesto, con una advertencia. —Vas a disculparte con Abigail —determina de repente, cambiando de tema como si habláramos del tiempo. —¿Perdón? —mi voz se escucha como una mezcla de diversión y estupefacción. —Lo harás —repite—. Por lo de esta noche y por lo que pasó hace cuatro años. Un escalofrío me recorre la espalda, no puedo contener lo que sus palabras me hacen sentir. No puede ser que él esté mencionando eso. No se atreve. Y si estaba tratando de mantener la calma, acabo de mandarlo todo al carajo. Él no va a pasarse de listo y ver que me rinda ante sus resoluciones. Primero muerta que darle eso. Deshago la distancia entre los dos y lo apunto con un dedo. No estoy enojada por su atrevimiento, lo que estoy es emputada por su descaro, por su petulancia. —Primero que todo, perro entrenado eres tú, que no sabes dar un paso sin que los demás anden opinando y te den el visto bueno. Segundo, ya te dije que puedes llamar a la policía, prefiero eso mil veces a disculparme con… con esa… por algo que no hice. Deberías controlar más a esa mujer que llevas agarrada del brazo como garrapata. Y tercero —estoy ante él, presionando mi dedo contra su pecho y viéndolo con la barbilla levantada, fulminándolo con la mirada—, no se te ocurra volver a mencionar lo que hiciste con tu amante hace cuatro años, Shane Robinson, porque no respondo de mí. Shane atrapa mi muñeca justo cuando intento alejarme y, con un solo movimiento, me pega por completo a él. Su mano sube por mi brazo, firme, hasta que sus dedos se enredan en la base de mi nuca. Me inmoviliza con una suavidad peligrosa, con un toque que puede encenderme y asfixiarme al mismo tiempo. Me sacudo, pero no puedo escaparme de su control. —Cuidado, Ivanna —susurra, inclinándose hacia mí—. Porque cuando me hablas así… solo consigues que quiera recordarte quién soy. Su aliento choca contra mis labios. No me toca en otro lugar, solo en la nuca, pero el calor de su boca roza la mía con una urgencia endemoniada. Respira profundo, una vez, dos veces. Pensaría que quiere verificar si sigue siendo como antes, pero eso sería esperar demasiado de alguien que me desechó como un juguete viejo y ya innecesario. Mi pecho sube y baja con violencia. Estoy congelada, acorralada entre su cuerpo y su intensidad. A pesar de que quiero lanzarlo lejos, empujarlo e irme como si nada me importara. Su pulgar roza apenas la línea de mi mandíbula. No hay ternura en su gesto. Solo control. Solo un fuego contenido que no va a quemarme. No puede hacerlo, porque no le daré ese poder. —¿Te molesta que mencione lo que pasó? —murmura con voz ronca—. ¿O te molesta más saber que yo no lo he olvidado? Que tus culpas siguen tan frescas como antes. Mis labios se entreabren por reflejo, no hay aire suficiente en esta maldita habitación. No, cuando él está así de cerca. No, cuando su voz me atraviesa como un cuchillo. —Shane… —mi voz sale quebrada, apenas un susurro. Por rabia, por indignación. Por su cercanía. —Te fuiste con Aston y fue tu castigo y tu consuelo —musita, bajando apenas la cabeza, como si fuera a besarme, sosteniendo mi cabeza para que no me aleje—. Pero no fue suficiente, ¿verdad? No te hizo olvidar. No te hizo dejar de pensar en mí cada maldita noche. Por eso estás de regreso. Mi corazón late fuerte y me cuesta respirar, pero no por lo cerca que está. Es por la rabia. Por el descaro con el que se me planta delante y me dice semejante m****a, como si tuviera derecho a seguir tocándome después de todo, a decir esas barbaridades que solo demuestran lo idiota que es. Levanto la mano y le doy una bofetada. No lo pienso dos veces, tampoco quito mis ojos de él cuando su rostro se gira por el impacto. Me arde la palma de la mano. El corazón me palpita en los oídos. La respiración, agitada y descontrolada, hace que mi pecho suba y baje con rapidez. Él me suelta enseguida, pero no dice nada. Solo se queda ahí, con la mandíbula tensa y la mirada fija en mí. —No vuelvas a tocarme así nunca más —le digo con la voz baja, amenazante, bullendo por dentro y capaz de cometer una locura—. No tienes ese derecho. No después de lo que hiciste. Lo sigo mirando. No bajo la cabeza. No me retiro todavía y, mucho menos, me disculpo. —Si tienes la errónea idea de que estoy aquí por algo relacionado contigo, ve bajándote de esa nube, así no te duele tanto la caída más adelante. Disfruta de tu prometida, disfruta de tu vida, no te metas más en la mía. Y si fue mi decisión correr a los brazos de Aston, es porque dejaste mucho que desear, Shane Robinson. —Lo miro de arriba abajo, con desprecio—. Quién hubiera dicho que serías tan maldito… y tan fácilmente reemplazable. Me acomodo el cabello con calma, todavía quema ahí donde sus dedos estuvieron. Doy media vuelta y salgo sin decir nada más. Se acabó. No le debo explicaciones.