Ivanna Taylor.
—Que te aproveche, querida. Les deseo la mayor felicidad de todas. —Podría embotellar el sarcasmo que sale de mí—. Ahora, yendo a lo que de verdad podría importarme, ¿qué estás haciendo aquí?
Ella pasea la mirada por los alrededores, a las bandejas que entran y salen por las puertas dobles. Hace una mueca de asco.
—El señor Prince me envió con la encargada, no creo que seas tú. Pero, en resumen, no puedo comer lo que hay en el menú, soy alérgica al marisco.
No digo nada sobre si soy la encargada o no. Pero me divierte demasiado ser la que pueda resolverle el problema.
—Pues entonces tendrás que ir al restaurante más cercano, porque eso es lo único que tenemos esta noche.
Sus ojos se entrecierran, se acerca a mí con actitud amenazante.
—Si la prometida de Shane Robinson dice que no quiere lo que hay en el menú, buscas opciones, estúpida —exclama, con impotencia y soberbia, perdiendo el poco control que tiene.
Me río de ella y su arrogancia.
—Si el mismísimo Shane Robinson no fue siquiera tenido en cuenta para asistir a este evento, dudo mucho que importe demasiado si la mujer que lleva del brazo come mariscos o no. ¿Algún problema real que puedas presentar para atenderte o puedes dejar de hacerme perder tiempo?
Abigail Allen nunca ha tenido paciencia, pero cuando yo estaba en su círculo cercano le tocaba soportar. Porque yo era la esposa de Shane, tenía que respetarme, le gustara o no. Ni siquiera la madre de él tenía permitido ofenderme, por más que era evidente su recelo conmigo.
Por eso, en el momento que me cruza la cara de una bofetada, no espero siquiera a reponerme, se la devuelvo y se escucha aún más ruidosa.
Mi cabello con la coleta baja se me suelta un poco y cae en ondas suaves sobre mis hombros. El suyo, perfectamente peinado, deja de estarlo por el impacto de mi mano en su mejilla.
La cara se le pone roja y no dudo que la mía se vea igual.
—¿Cómo te atreves, perra? Te vas a arrepentir de esto... —amenaza, cubriendo su mejilla y frotándola.
—Me importa una m****a el poder que crees que tienes, Abigail. Si ser la prometida del perfecto señor Robinson te da alas, pues conmigo tienes que saber que no juega, que no funciona así. Yo hago mi trabajo y lo hago bien. Si no comes mariscos, es tu puto problema. No eras parte de la lista de invitados, así que tus problemas no fueron reportados y revisados. Para la próxima, asegúrate de llegar a donde seas bienvenida.
Mis palabras la enfurecen, pero no tiene nada que rebatir.
Doy media vuelta, dispuesta a irme, pero siento sus gruñidos y un murmullo a mi alrededor, que me hace voltear.
Abigail Allen se está arañando a sí misma, desordenando sus cabellos y se atreve a abofetearse una vez más. Cuando me ve mirándola, sonríe con malicia y comienza a gritar.
—¡Auxilio, esta loca me quiere matar!
Veo a Abigail cometiendo semejante locura y, aunque me toma desprevenida, no me sorprende. Ella siempre ha procurado hacer todo con tal de salirse con la suya.
¿No logró quedarse con Shane? Eso es un perfecto ejemplo de su tenacidad.
Pero yo no reacciono como ella quiere, la veo hacerse daño deliberadamente, incluso se rasga la ropa, luego sale corriendo, empuja las puertas dobles y grita sin cesar que alguien la ayude.
Los empleados de la cocina no entienden qué pasa. Algunos se me acercan para preguntarme si estoy bien. No soy tonta, sé que muchos vieron nuestro enfrentamiento, pero estoy clara que también fueron testigos de lo que ella se hizo a sí misma.
—Alguien que me avise cuando se acabe el show —exclamo con ironía y falsa tranquilidad. Aplaudo dos veces para llamar la atención de todos—. A trabajar, vamos. Los invitados esperan sus platillos. Ya se acabó el momento de chismes exprés.
Le doy la espalda a las puertas sabiendo dentro de mí que esto no ha acabado. Sigo de largo hasta la mesa donde se preparan las bandejas del catering y reviso que todo esté en perfecto estado.
No han pasado, por mi cuenta, ni dos minutos, cuando la seguridad de la casa de Milo entra en la inmensa cocina, con Abigail llorando y señalándome; detrás de ella, está Shane.
Shane Robinson sigue tan hermoso como lo recordaba. Su postura siempre elegante, ese cabello suyo tan negro como el ala de un cuervo, brillante, bien peinado. Los ojos más azules que alguna vez haya visto y que dan un rápido vistazo a todo lo que le rodea en cuanto entra del todo a la cocina.
Su mirada se cruza con la mía. Un estremecimiento me recorre de pies a cabeza cuando sus ojos se muestran sorprendidos de verme aquí. Pero esa emoción no dura mucho, porque Abigail se prende de su brazo y me señala.
—Fue ella. Ella me hizo todo esto —grita tanto y tan fuerte que siento el dolor instantáneo en mis oídos.
Shane no ha dejado de mirarme, su ceño fruncido ahora, la mandíbula apretada. No actúa cuando Abigail se lo pide, pero tampoco la hace callar.
Y para mí, verlo hoy, después de tanto tiempo, es como si alguien me golpeara con un mazo en el mismo estómago. Porque está con ella, porque me lo arrebató todo cuando más vulnerable fui. Porque me engañó, no fue capaz de dar la cara y me despachó de su vida como si nunca le hubiera importado en lo absoluto.
La rabia surge en mi interior, nada más existe, además de esos azules ojos que se ven atormentados y, también, enojados.
Abro la boca para decir algo, pero la puerta vuelve a abrirse y ahora aparece Milo, con Marissa colgada del brazo.
—¿Qué pasó aquí? —exige saber. Lejos está la expresión siempre jovial y despreocupada de Milo.
—Exijo que ella pague lo que me hizo —exclama con más fuerza Abigail y por fin se rompe la conexión entre Shane y yo.
Milo se adelanta, mira de mí a su invitada con el ceño fruncido. Sé lo que puede costarme esta escena, no importa si los aquí presentes pueden confirmar que yo ni siquiera la toqué.
—Ivanna, ¿qué significa esto? —reclama, con voz dura, pero no tan beligerante como esperaba.
Su expresión me muestra a un hombre que no está actuando de forma impetuosa. Me sorprende, de hecho.
—Es evidente lo que pasó aquí, amorcito... —exclama Marissa, mirándome con la nariz arrugada—. Esta empleada es una loca envidiosa. Mira que golpear de esta manera a mi amiga. —Hace un puchero falso—. Y destrozarle este increíble Prada. Es un delito, definitivamente, deberías llamar a la policía.
Me río. Tengo que hacerlo. Me importa poco lo que Milo crea de mí. Puede que el bono que me ofrece por venir con él a Boston y trabajar hasta las horas extras que ni tendrá en cuenta, me haga replantearme muchas cosas, pero el que no la debe nada teme.
Pueden buscar a la policía, así veremos a cómo tocamos. Tengo testigos, tengo claridad. Y hay cámaras en este maldito lugar.
—Shane, por favor, haz algo. ¿Viste cómo se ríe? Es una desvergonzada. —La voz de Abigail me irrita, su tono falsamente inocente, su llanto incesante y lastimero.
Mi mirada se dirige inevitablemente hacia él. Hacia ese hombre que amé con tanta intensidad. El que ahora me mira como si la sorpresa inicial hubiese desaparecido y ya no importara nada de lo que me incumbe a mí.
—Le pido respeto, señorita —interviene Milo, llamando la atención de todos, sobre todo la mía—. Ivanna, te hice una pregunta. ¿Qué fue lo que pasó aquí?
Ignoro el murmullo de Marissa por la actitud de su amante, miro a mi jefe con la barbilla en alto.
—Yo no tengo nada que aportar a esa duda, señor. La señorita puede explicar perfectamente lo que aquí sucedió, después de todo, ni yo entiendo qué la llevó a hacerse daño a sí misma.
Abigail reacciona.
—Serás... —Me levanta la mano, está muy cerca y pretende golpearme de nuevo.
Detengo su mano cuando está por golpearme y le tuerzo el brazo hacia atrás para que me deje tranquila.
Ella chilla. Marissa también. Milo se me queda viendo con la boca abierta. Y Shane da un paso en mi dirección, todavía no sé si para separarme o para hacer otra cosa.
Sin quitarle los ojos de encima a él, le hablo de Abigail, con su brazo torcido y a pesar de sus berridos.
—Antes vino aquí exigiendo algo que no está en mi poder darle, tuve que soportar su irrespetuoso comportamiento y ver cómo se hacía daño a sí misma para inculparme. ¿Piensa que va a salirse con la suya? No tiene ese poder sobre mí... ninguno de ustedes.
Le suelto el brazo de mala gana, la empujo lejos de mí, contra Shane, quien la toma en sus brazos. Abigail lloriquea y se esconde en su pecho, sollozando palabras que no se le entienden.
A mi lado, Marissa le exige a Milo que me dé una lección, pero él se mantiene callado.
—Yo misma voy a acusarla con la policía, esto no se quedará así —grita su amiga, viéndome con ojos de odio y satisfacción—. Va a pagar. Esta pobretona de cuarta no sabe con quién se mete.
—¡Ya cállate, por Dios! —ordena Milo, separándose de su amante como si le quemara la cercanía.
—¿La vas a defender? —El tono de Marissa es indignado.
—Ese no es tu problema, Marissa, cállate ya, te dije.
Milo se me acerca. Coloca sus manos a mis costados, pegando mis brazos a mi cuerpo.
—¿Estás bien? —pregunta y yo asiento cuando salgo de la sorpresa por su preocupación. Su cara está a la altura de la mía y de cerca, puedo ver el color grisáceo de sus ojos.
Milo suspira de alivio.
—Eso es lo que importa. Si Aston cree que algo te pasó, me mata.
Eso debería irritarme, pero me saca una sonrisa. Aston siempre metido en cada detalle de mi vida, aunque no se lo pida.
Abro la boca para decir algo, pero soy interrumpida antes de que pueda decir algo.
—¿Aston Myers? —la voz de Shane suena dura, oscura. Escucharlo por primera vez, después de tanto tiempo, se siente como una descarga eléctrica.
Mis ojos se cruzan con los suyos. La mandíbula antes relajada ahora parece granito. Y sus ojos, normalmente de azul claro, se vuelven del color del océano más profundo.
—El mismo —murmura Milo, se gira para enfrentar a Shane—. ¿Lo conoces?
Los ojos de mi ex esposo siguen puestos en mí.
—Por supuesto que lo conozco.
Me reiría de su actitud si no fuera porque no quiero con él nada más que una excesiva distancia. Aston siempre fue para él esa piedra molesta en su zapato. Pero como ladrón juzga por su condición, Shane pensaba de mí con Aston lo que yo nunca vi venir de él con la mujer a su lado.
Mi hermanastra.