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Capítulo 3. De regreso al infierno.

Ivanna Taylor (apellido de soltera)

4 años después…

Milo Prince es un idiota de los grandes. No le basta tenerme de un lado a otro todo el día, ahora también pretende que le organice sus fiestas y que haga el trabajo de todo un equipo de organización de eventos y hasta catering.

«Todo por un maldito bono».

—Ivanna, ¿revisaste lo que te dije con el valet parking? No quiero embotellamientos innecesarios cuando comiencen a llegar los invitados.

Ruedo los ojos mientras estoy de espaldas a él. Tomo una profunda inhalación y pongo mi mejor sonrisa falsa antes de girarme.

—Todo está listo, señor Prince. Se contrataron a dos empleados para que se encarguen de cada ala del parqueo y tienen especificaciones claras sobre los modelos de autos que van a asistir a este evento.

La sonrisa de Milo es de pura soberbia. Me guardo mi desagrado, porque no debe ver bien el que yo piense que es un ridículo. Es mi jefe, al fin y al cabo.

—Eso está bien. Mis invitados son de alto nivel, no esperan menos de mí. —Se gira y toma el decantador de whisky de su bar. Se sirve un vaso ancho con más líquido ambarino del que llevaría un trago normal y bebe un gran sorbo antes de insistir en sus tonterías—. ¿Todo lo demás?

—En orden y marchando, señor.

Él vuelve a asentir, da otro trago y me mira, de arriba abajo, antes de hacer una mueca.

—Supongo que vas a cambiarte de ropa, ¿no? Te pago bastantes bonos para que tengas un buen vestidor y siempre traes esos… —señala mis ropas con desagrado—, harapos.

Me digo que resoplar en su cara es una falta de respeto, por eso me muerdo la lengua antes de replicarle. Él sabe bien que así me ve siempre, y eso no cambiará. Aston se lo dejó claro.

—Lo siento, señor, pero no me gusta malgastar mi dinero y lo que tengo, cumple con las especificaciones de la empresa. Esta noche, estaré dentro con la organización, no será necesario llevar un atuendo llamativo cuando estaré entre platillos y dando órdenes.

Milo entrecierra sus ojos en mi dirección, ya casi lo veo enumerando las razones por las que tengo que cambiarme; la primera, que me veo horrible.

Pero eso yo lo sé, no hace falta que me lo diga.

—¿Al menos puedes quitarte esos lentes? —insiste. Se ve como si sufriera al pedirlo.

—Si lo hago se queda sin asistente, señor. —Escondo la sonrisa que decir eso me provoca.

En realidad, no uso lentes, no tengo problemas en la vista. Solo los llevo porque el mismo Aston Myers me recomendó que lo hiciera. Algo sobre su amigo odiando las ropas anchas y las gafas de pasta. Y como yo no quiero estar en el radar de un hombre que adora a cuanta mujer se le acerca, me ocupé de verme lo menos atractiva posible.

Me parece escuchar un resoplido de su parte, pero se gira y no lo confirmo. Se da otro trago y arregla su camisa, alistándose para recibir a los invitados.

—¿Llamaste a Marissa?

—Sí, debe estar por llegar —confirmo y me trago el ácido por tener que encargarme hasta de sus amantes.

«Pero qué se le va a hacer, me toca».

—Bien, ya puedes bajar y revisar que todo esté perfecto. Cuando hayan llegado unos cincuenta invitados, me envías un mensaje para entrar al salón.

Asiento a su orden y me giro, para largarme de su despacho. No puedo con su manera de ser, no lo soporto, pero tengo que resistir mientras tenga este trabajo. Me costó demasiado conseguirlo como para abandonar por algo tan sencillo como no aguantar a mi jefe.

Salgo de ese espacio reducido y me muevo por su mansión como si fuera mi casa, la conozco como la palma de mi mano. No es que lleve mucho aquí, Milo se trasladó a Boston hace solo una semana, pero me ha hecho trabajar tanto estos días que no hay manera en que no pueda caminar con los ojos cerrados por estos pasillos.

Y aunque me quejo del exceso de trabajo, al menos eso me ha mantenido ocupada y no he prestado demasiada atención al hecho de que estoy de regreso en la ciudad que vio mi peor versión, donde lo perdí todo.

Sacudo mi cabeza de pensamientos no bienvenidos y llega al piso inferior cargada de órdenes y revisiones de último minuto. Todo está como debe ser y a las ocho en punto de la noche, comienzan a llegar los invitados.

Desde mi posición en las cocinas tengo controlado el resto del evento. En las puertas no ha habido ningún inconveniente y en el aparcamiento tampoco. Me ocupé de que todo estuviera cubierto para poder ocuparme de la parte del catering, porque Milo es millonario, pero es un tacaño de primera, por lo que no quiso contratar a nadie más.

Cuando Marissa llega me toca salir de mi escondite para llevarla con su amante millonario. Al verme a su lado, un sentimiento de inferioridad quiere instalarse en mí, pero me recuerdo que no quiero verme bien. Ella luce hermosa con un vestido que seguro Milo sí aprobará.

—Buenas noches, Marissa. Bienvenida. ¿Me acompañas, por favor?

Soy educada y respetuosa porque es mi trabajo. Aunque no tengo motivos para odiarla, la verdad es que Marissa es otra de las tantas que pasan por la vida de Milo. No puedo siquiera decir que me cae bien, porque estaría mintiendo. Todas las que hasta ahora he conocido, sin excepción, son mujeres interesadas por su dinero y que hacen lo que sea por tener su atención una noche.

—¿Dónde está Milo? —pregunta con voz chillona detrás de mí.

—En su despacho, esperando por ti para salir.

—Aww, qué tierno. Tú puedes permitir la entrada de unos invitados fuera de la lista, ¿verdad?

Sin mirar hacia atrás, le respondo.

—Podría, pero solo con la aprobación del señor Prince.

—Oh, vamos, Ivanna. Milo no dirá nada, es una pareja que le conviene tener cerca, son muy influyentes y de los más ricos de la ciudad. No recibieron invitación, de seguro, porque no hiciste bien tu trabajo.

Me da ganas de reír lo que dice. Me importa un carajo lo que ella crea que hice bien o mal.

Avanzamos hasta el ascensor que lleva a los pisos superiores y presiono el botón para que las puertas se abran.

—Ese detalle sabrá analizarlo mi jefe, Marissa. —Extiendo mi mano para que entre al ascensor—. El señor Prince la espera.

Ella me mira como si quisiera decirme todo lo que tiene atorado, pero es solo frustración lo que siente por no poder darme órdenes. Pasa por mi lado taconeando y meneando sus caderas. Ya dentro me mira con la barbilla levantada y actitud soberbia.

—Shane Robinson debió ser el primero de esa lista. Y Milo lo sabrá.

Las puertas se cierran, por suerte, y yo no quedo expuesta ante Marissa con lo que ese nombre me hace sentir. Escucharlo es como recibir una bofetada que no sé de dónde viene. Sabía a qué me estaba exponiendo cuando regresé a esta ciudad, pero me dije que Boston era demasiado grande y Milo, demasiado presumido como para codearse con quien sería su competencia. Me convencí de eso para asumir que debía venir si quería mantener mi trabajo.

Saber que Shane puede presentarse aquí, si Marissa logra convencer a Milo, hace que un nudo se me forme en la garganta, pero me digo que ya está superado, que no puede afectarme más de lo que me hizo hace cuatro años atrás.

Me alejo del ascensor y regreso a las cocinas, estoy sudando frío y necesito una pausa, necesito un trago.

Logro recomponerme poco a poco. Decido olvidar esas palabras que soltó Marissa, sobre todo la parte que me dio noticias sin quererlas.

...Una pareja que le conviene tener cerca...

No sé qué tan sano sería investigar ahora sobre esto. El impulso de hacer una rápida búsqueda de G****e me llena, pero lo detengo. No puedo caer en eso. Llevo cuatro años sin saber nada de él, no empezaré esta noche.

Me concentro en mi trabajo, organizando todo desde las cocinas. Estoy sudando por el calor una hora después, cuando Milo me llama directamente.

—Ivanna, envié a alguien a las cocinas preguntando por ti. Atiéndela.

Su orden me hace resoplar, pero me digo que hago esto por un motivo de peso. Uno muy importante.

Salgo de donde estoy organizando las bandejas que van saliendo y cuando llego a la entrada de la cocina, ante mí se detiene la persona que menos quería ver esta noche.

Abigail Allen.

Se presenta con expresión tranquila, inocente, pero en cuanto sus ojos se posan en mí, que se da cuenta quién está frente a ella, la sorpresa recorre sus rasgos. Abre la boca queriendo decir algo, pero no le sale nada. Me mira de arriba abajo, detalla cada cosa en mí, desde mis lentes hasta mi ropa ancha y barata.

Una lenta sonrisa comienza a formarse en su boca. Y yo me preparo mentalmente para controlar mi boca y mis puños, antes de estampárselo en la cara.

—¿Quién hubiera dicho que aquí te escondías, como una rata de alcantarilla? —se burla, se cruza de brazos y me mira con superioridad.

—Allá quien tenga que esconderse, querida. Yo no soy una de esas —replico, sin ánimos de darle el gusto.

Levanta una ceja cuestionadora.

—¿Ah, no? Y entonces, ¿dónde has estado? Después de que huiste como la cobarde que eres y con las manos vacías, como merecías, no pensé que te atreverías a aparecer por aquí. Pero ya veo que sigues sin tomar buenas decisiones.

Ruedo los ojos, por supuesto que tiene que mencionar todo lo que sucedió y la manera en que Shane me exigió el divorcio sin compensación alguna.

—Para algunas mujeres es más importante la dignidad, Abigail. ¿Eres tú la persona que enviaron a la cocina? No puede haber intrusos en esta área...

Al ver que no reacciono a su veneno hace una mueca, pero insiste, ella no puede quedarse con las ganas de un enfrentamiento.

—De ser la orgullosa esposa del magnate millonario Shane Robinson, pasaste a camarera, ¿eso es lo que eres? —Me mira con un gesto de repugnancia—. No lo pareces, estás tan horrible que das pena. ¿Para qué regresaste, Ivanna? ¿Acaso pretendes presentarte con Shane y pasar otra vergüenza?

No me extrañan sus palabras, no esperaba menos que eso. Pero a pesar de su aparente seguridad, veo en ella esa inseguridad que siempre sentía cuando yo estaba cerca. Y me aprovecho de eso, porque el idiota me fue infiel con ella, sí, pero no permito que nadie me trate así sin defenderme.

—No te importa lo que soy, ni lo que hago aquí. ¿Presentarme con Shane?, ¿para qué querría yo eso? Puedes quedártelo, si tanto lo estás cuidando de mí.

—Pues que sepas que estamos comprometidos, como debió ser siempre —anuncia y, aunque me duele el corazón confirmarlo, no me toma por sorpresa.

A estas alturas, y después de cuatro años, saber que mi ex esposo está por casarse con quien fue su amante, no me toma desprevenida.

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