A la mañana siguiente, Nadia despertó. Se movió ligeramente y sintió como si todo su cuerpo hubiera sido aplastado por un automóvil: estaba adolorida, dolorida y a punto de desmoronarse.
Las escenas desenfrenadas de la noche anterior inundaron su mente, haciendo que su rostro se enrojeciera instantáneamente.
Nadia levantó la mirada y vio el rostro de Héctor; estaba durmiendo en sus brazos.
Extendió la mano y acarició su rostro. Seguía siendo tan apuesto y cautivador como antes, haciendo que su corazón se acelerara con solo mirarlo.
A veces Dios es injusto con hombres y mujeres: los hombres se vuelven más atractivos con la edad, mientras que las mujeres son diferentes.
Mientras Nadia reflexionaba, su mano fue capturada. Héctor abrió sus ojos somnolientos: —¿No tuviste suficiente anoche?
Nadia lo miró fijamente: —Héctor, ¿cuántos años tienes? ¡Compórtate!
Héctor bajó la mirada hacia Nadia en sus brazos. Después de la pasión de anoche, ella lucía radiante, con un brillo en sus ojos, como