Ángel se abalanzó sobre ella y agarró a Catalina por el cuello.
—Catalina, ¡eres una mujer venenosa!
El aire se le cortó instantáneamente a Catalina. La falta de oxígeno hizo que su rostro se pusiera rojo, pero aun así se reía.
—Ja, ja, ja. Ángel, tu querida Valentina fue abandonada por mí en el campo desde pequeña. No sabes cuánto ha sufrido. ¡Has fallado en tu misión!
—La hija del hombre más rico debe ser mi hija Luciana. ¡Mi hija es la verdadera heredera!
Ángel miraba a Catalina con repugnancia. En ese momento, sintió deseos de matarla.
—Mujer malvada, has sido mi ruina. ¡Voy a acabar contigo ahora mismo!
Las manos de Ángel apretaron con más fuerza. Catalina sentía que estaba a las puertas de la muerte.
Pero no podía morir.
Jamás se rendiría.
Catalina extendió la mano a tientas y encontró un cenicero. Lo agarró y golpeó con fuerza la cabeza de Ángel.
La sangre salpicó por todas partes.
Varios hilos de sangre bajaron por el rostro de Ángel. Sus manos se aflojaron y se desplomó en el