—Para la próxima, invéntate un pretexto menos estúpido.
Julian colgó.
El tono de la línea muerta retumbó en mi oído y la habitación volvió a sumirse en silencio.
La ironía era que, cuando por fin reuní el valor para decirle la verdad, Julian ya no me creía.
Quizá porque sintió que, por una vez, lo había desafiado, su estilo de juego en la siguiente partida cambió radicalmente.
Pasó de su habitual estrategia metódica a una mucho más agresiva. Pero, a su favor, cada uno de sus movimientos fue rápido, preciso e implacable.
Acorraló a su rival en una posición imposible antes de que este siquiera se diera cuenta de lo que pasaba.
Veintitrés minutos. Una victoria aplastante.
En un torneo con un calendario tan apretado como el Campeonato Mundial, algo así era casi inaudito.
Pero en cuanto terminó la partida, fue al aeropuerto, saltándose la entrevista de rutina.
Los reporteros lo asediaron, apuntándolo con sus cámaras.
—¡Es la primera vez que usas una estrategia tan agresiva! ¿Por qué tenías